Tribuna Económica
Carmen Pérez
Un bitcoin institucionalizado
Cuando ocurrió lo que hoy les voy a contar, hacía sólo una semana que la habían atracado. Para colmo, días antes había fallecido su hermana. Su única compañía. Los desalmados que entraron en su casa, con el pretexto de darle el pésame, la amordazaron y la maniataron a una silla. Le quitaron las pocas joyas que tenía. Vivía en la calle Feria, justo frente al mercado de abastos. Su casa, una humilde vivienda, tenía un balcón de madera precioso, viejo, casi derruido por los muchos años transcurridos. Mercedes estaba sumida en una profunda tristeza. Por la irreparable pérdida y por el despreciable y ruin atraco. ¿Cómo llamar si no a unos valientes que entran en casa de una anciana de casi 80 años para robarle? En esa infinita pena y enorme soledad se encontraba Mercedes cuando llegó la Semana Santa. Una fecha muy especial para las hermanas. Juntas vivían un momento único. El regreso por Feria de la Esperanza Macarena de vuelta a su basílica. Siempre rezaban juntas, de rodillas, agachadas tras el cierro de su balcón para poderle ver mejor la cara de la Virgen. Y llegó el día. Mercedes, sola en su balcón, vio venir el palio. Se agachó como siempre para verla mejor. De repente, cuando el paso alcanzó su casa, comenzó a revirar. Muy poco a poco. Mercedes no podía creer lo que estaba pasando. Con lágrimas en los ojos vio cómo la imagen de su devoción la estaba mirando. Frente a frente. Cara a cara. Un costalero le hizo una señal para que bajara. Lo hizo. Le regaló un ramo de flores y ella le pidió permiso para darle un beso. Así lo hizo. Luego la Virgen se alejó. Seguro que sonreía. Conocí la historia por Juan Ruiz, entonces hermano mayor de la Macarena, pero fue ella quien me la contó. "Jamás, jamás olvidaré este detalle. Ha sido mi hermana desde el cielo. Se lo ha dicho a la Virgen", me dijo. Han pasado muchos años de esto pero les aseguro que nunca, nunca en mi vida olvidaré la emoción de esa mujer contándome como un día la Esperanza llamó a su casa.
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