Visto y Oído
SoniaSonia
Patrimonio
La Avenida de la Palmera fue una de las avenidas urbanas más importantes y hermosas de España cuando, a inicios del siglo XX, Sevilla daba el primer y gran salto extramuros de la mano de la Exposición Iberoamericana. Nunca ha sido una avenida más, ni ha tenido veleidades de modernidad, porque su carácter se fundamenta en esa Sevilla idealizada en un regionalismo rancio, aunque bello.
El primer impacto registrado en el carácter singular de la avenida fue contra su perspectiva de infinitud hacia el sur. Junto al Club Deportivo Militar, en la Avenida de Jerez, se construyó a principio de los setenta un edificio de 16 plantas que, más que por su volumen, por la mediocridad de su diseño, supuso la primera acción urbanística contra el espíritu de La Palmera por la forma de cerrar su perspectiva.
En esos últimos años de la dictadura de Franco, la oligarquía sevillana empezó a perder fuerza en esta vía urbana a favor de otros servicios que podían pagar el oneroso mantenimiento de los grandes chalés, pero esto, con mejores y peores ejemplos, aún se concilió con el marchamo de La Palmera.
Ya en momento democrático y con técnicos pretendidamente mejor formados, se amplió el conjunto histórico de Sevilla y se incluyó en él la acera de los números impares de esta avenida. Quedaban, así, mejor protegidos muchos de los grandes chalés, pero se obviaba el valor de la acera en la que se encontraban los antiguos pabellones de Cuba o de la República Dominicana, junto a otras construcciones de interés, como la Casa Luca de Tena de Aníbal González. La Avenida de la Palmera es una unidad a ambas manos, sólo alguien con pocas luces patrimoniales y urbanísticas puede decidir que una de las márgenes se queda fuera de la protección que avala un conjunto histórico (máxime cuando los mismos técnicos que así lo decidieron no tuvieron reparos en incluir en dicho conjunto la no muy lejana Huerta de la Salud).
Con la Sevilla de la Exposición Universal el vaciamiento residencial de La Palmera se acentuó y, con cambios paisajísticos poco relevantes, las nuevas sedes de compañías e instituciones que aprovechaban esta vía urbana para exhibir su prestigio iluminaron los viejos chalés y dieron cabida a algunas piezas nuevas de valor variable (hasta el seminario se mudó a La Palmera).
Pero nadie se esperaba que la vuelta de tuerca de un aprovechamiento urbanístico abusivo esté contribuyendo a romper el equilibrio y carácter de la mejor avenida de Sevilla y que sigue siendo, un siglo después, una de las más hermosas de España.
Que la Gerencia de Urbanismo señale tras el recurso interpuesto, y desestimado, de un vecino, que la obra del número 38 no producirá alteración sustancial del paisaje urbano muestra a las claras que, ni tras la ratificación y vigencia del convenio europeo del paisaje, ni la elaboración de la guía para el paisaje urbano histórico de Sevilla, ni los estudios realizados al respecto en colaboración con la propia Unesco han servido para que en la Gerencia se den cuenta de que el paisaje, además de uso y volumetría, es mucho más, entre otras cosas, uno de los valores más importantes de la ciudad.
Si el argumento es que el paisaje de la ciudad se considera protegido porque la parcela de La Palmera 38 cumple la normativa urbanística, no está en el conjunto histórico (aunque se ubique a pocos metros de él), ni forma parte del catálogo periférico, tenemos una prueba más de que en la Gerencia o no se utilizan o se utilizan de forma sui generis las cuestiones que atañen al paisaje urbano. Vamos, que no lo entienden.
Pero, más allá de lo técnico, está la falta de altura (por expresarlo de forma amable) del nivel político. Si el alcalde de Sevilla se ampara en que esos criterios técnicos avalan la legalidad de la propuesta y no ve lo obvio (eso que ni siquiera hay que explicar), que es la degradación de La Palmera con proyectos como el del número 38, es que nos encontramos con un nivel técnico y político que, como fue notorio y patente durante el siglo XX, y lo que llevamos del XXI, no conoce, ni se merece, la ciudad que gestiona. Si para cumplir a rajatabla los principios urbanísticos (de un plan que fue pensado para la Sevilla de hace 16 años) hay que permitir una actuación a todas luces lesiva para los valores de la mejor avenida de la ciudad, significa que la talla política de nuestros dirigentes, además de la impertinencia de los documentos de planeamiento, son muy pobres. ¿O es que nos tenemos que creer que fue ingenuo alentar en su momento el aumento de edificabilidad a cambio de mudar uso residencial por equipamientos privados y que esto, además, no tendría repercusiones en uno de los espacios más representativos y valiosos del paisaje urbano sevillano?
Pero aún hay cuestiones graves que añadir. La primera es el reconocimiento de facto de que las residencias de estudiantes aprobadas en La Palmera no estaban en consonancia con las características del sector, que se concretó en el inicio del trámite de modificación de la normativa del PGOU el pasado 17 de junio para evitar los aumentos desmesurados de edificabilidad, lo que llevó a la suspensión de licencias similares.
La segunda, el hecho de que solo media hora antes de la reunión en la que se aprobó iniciar dicha tramitación se le otorgó licencia en comisión ejecutiva de urbanismo extraordinaria a La Palmera 38. Si los responsables municipales creen que con actuaciones como ésta Sevilla se pone a la cabeza de las ciudades con transparencia y coherencia en su gestión, dan pruebas de que en materia de urbanismo y gobernanza, aquí se sigue en el viejo estilo.
Y aún habría que añadir que cada palo aguante su vela. La actitud de la Consejería de Cultura, a la que ni está ni se la espera, en un asunto que es de principal importancia para el patrimonio urbano: su paisaje histórico (al que tampoco entienden) y que, lo quieran o no, también les atañe, porque la acera par de la Avenida de la Palmera no estará incomprensiblemente en el conjunto histórico de la ciudad, pero si este conjunto contara con un entorno de protección, como sí lo tienen pueblos mucho más pequeños como Constantina y no es que Sevilla lo merezca menos, este debería haber englobado, al menos, la parte derecha de la avenida.
En fin, todo se resume en que la talla política y de gestión de los valores urbanísticos y patrimoniales de la ciudad están llevados por personas que, tal vez, estén preparadas para encarar el proceso urbanístico de una población secundaria del área metropolitana de Madrid o Barcelona, pero que Sevilla es mucha ciudad y a ellos, lamentablemente, les viene grande.
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