Opinión
Eduardo Florido
El estancamiento retórico de García Pimienta
Observatorio empresarial
EN las últimas décadas, el término “desarrollo sostenible” se ha convertido en una parte fundamental de nuestro vocabulario y está en boca tanto de líderes gubernamentales como de empresarios y activistas. Este término tiene su origen en la década de los 70, un periodo en el que el mundo entero comenzó a tomar conciencia de los impactos ambientales y sociales de un crecimiento económico desenfrenado. En la Conferencia de Estocolmo de la ONU de 1972 ya se estableció la importancia de controlar ese crecimiento descontrolado. Posteriormente, en 1987, la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo de las Naciones Unidas, presidida por Gro Harlem Brundtland, presentó una definición formal y que sentó las bases del término: “El desarrollo sostenible es aquel que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones de satisfacer sus propias necesidades”. La idea fundamental es que debemos buscar un equilibrio entre el crecimiento económico, la conservación del medio ambiente y la equidad social. Este enfoque reconoce que los recursos naturales son limitados y que debemos administrarlos de manera responsable para garantizar la prosperidad a largo plazo.
Esta idea de desarrollo sostenible se adaptaría posteriormente al entorno empresarial a través del enfoque de la “triple bottom line (TBL)” desarrollado por John Elkington en la década de los 90. La TBL propone que una organización debe evaluar su desempeño no solamente a nivel de ganancias financieras sino simultáneamente en tres dimensiones: económica, social y ambiental. Más allá de la dimensión económica, que es la considerada tradicionalmente, se urge a las empresas a evaluar también su impacto en el bienestar de la sociedad en general (equidad de empleo, responsabilidad social corporativa y relaciones con la comunidad) y en la gestión de los recursos naturales y reducción de los impactos ambientales negativos de la actividad empresarial (huella ecológica, eficiencia energética y prácticas sostenibles en la cadena de suministro).
Según esta nueva concepción, las organizaciones no deben centrarse sólo en su desempeño económico, sino que deben también evaluar su impacto social y medioambiental e implementar políticas y prácticas que les permitan ser sostenibles también tanto a nivel social como medioambiental. Esto plantea varios desafíos para las empresas que intentan adoptar el enfoque de la TBL y ser más sostenibles. La imposición de obtener resultados financieros a corto plazo, la necesidad de una elevada inversión inicial en tecnología y capacitación o la complejidad para medir el impacto social y ambiental de manera precisa, son algunos ejemplos de dichos desafíos. Así mismo, necesitan tener acceso a los recursos y las tecnologías necesarias para ser más sostenibles, y en muchos sectores, y para muchas organizaciones de pequeño tamaño, esto resulta imposible. Estos desafíos no sólo afectan a las empresas individualmente, sino que las cadenas de suministro también se enfrentan a una serie de barreras a la hora de aumentar su sostenibilidad. La complejidad de las cadenas de suministro actuales, la falta de visibilidad para tomar decisiones sostenibles, la falta de colaboración con proveedores, o la dependencia de recursos naturales limitados, son algunos de los problemas más importantes a los que se enfrentan las organizaciones y sus cadenas de suministro para ser más sostenibles.
Sin embargo, el esfuerzo de las empresas por aumentar su sostenibilidad también se ha visto recompensado por una serie de ventajas que van más allá de una mera ventaja competitiva al ser percibidas como más responsables y éticas, y mejorar su imagen de marca y atraer consumidores comprometidos con la sostenibilidad. La adopción de prácticas sostenibles puede conducir a una mayor eficiencia operativa. La gestión eficiente de los recursos, tanto materiales como de personal, la reducción de residuos y la optimización de procesos pueden resultar en ahorros significativos en costes. Así mismo, como se ha puesto de manifiesto en los últimos años, sobre todo tras la pandemia, la sostenibilidad de las empresas las ha ayudado a reducir los riesgos y a ser más resilientes frente a las crisis. Y es que, las empresas sostenibles tienden a ser más resistentes ante crisis como pandemias o desastres naturales, ya que su enfoque a largo plazo y su eficiencia operacional les permite adaptarse mejor a situaciones adversas y cambiantes.
En última instancia, el desarrollo sostenible no se trata solo de proteger el planeta, sino de equilibrar la prosperidad económica con la equidad social y la responsabilidad ambiental. Aunque el camino es arduo, muchas empresas ya lo han percibido como una necesidad y ya forma parte de su ADN. Ya se ha demostrado que las organizaciones que adoptan el enfoque de la triple bottom line están mejor posicionadas para enfrentarse a las crisis y se vuelven más resilientes ante situaciones adversas. Pero para que el concepto de sostenibilidad funcione para las empresas, es imprescindible que los tres objetivos -económico, medioambiental y social- estén equilibrados. Y ahí, amigos, reside la dificultad.
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