Euleón

Los aplausos envenenados

En corto

17 de mayo 2021 - 01:48

Refiere la mitología clásica un lisérgico poder en su canto a unos seres de tanta belleza como peligro: las sirenas. Según Homero aquellas damas, mitad señoras de buen ver, mitad pescadillas de cola esmeralda, seducían a los marinos hasta buscarles la ruina en lo profundo del océano. El halago debilita, que dijo aquel, y en Sevilla a la adulación al poderoso se la conoce con el vocablo ojana -derivación del término hebreo hosanna-, con el que se homenajea al invicto. Desde Musa hasta Queipo, pasando por el mariscal Soult, la hermosa sirena hispalense ha repartido profusamente esta ojana a sus pretendidos conquistadores con el objeto de embelesarlos hasta la sumisión, que en eso y no en otra cosa consiste la seducción.

Viene esto a cuento por la profusión de aplausos más o menos espontáneos con los que nuestro presidente autonómico, Juanma para los leales, se viene encontrando en su pasar sevillano. Sostiene mi dilecto Navarro Antolín que este batir de palmas es barómetro de popularidad y afecto. Lejos de un servidor rebatir a don Carlos, pero uno que ya peina cuero y está llamado a filas para la vacunación en esa caja de reclutas que dirige el coronel sanitario don Jesús Aguirre, ha visto en esta ciudad tan noble, leal y mariana otras veces estos actos de engatusamiento previo al desdén. Sin ir mas lejos a Juan Ignacio Zoido la oceánida ninfa hispalense aclamó en sus calles hasta hacer caer rendido al de Fregenal por el cántico embaucador del palmeo, incluido el dorsal; que es otro aplauso sordo, pero no por ello menos tóxico de la sevillanía. Bien haría el malagueño Moreno Bonilla en percibir la lisonja, más que como música celestial, como el crótalo de una sierpe de cascabel, cuidándose por tanto de la ojana y de sus cantores de Híspalis mediáticos. No estaría de más el evitar recoger desde los medios esas ovaciones que nublan el entendimiento y la realidad, y, como hiciera Ulises por consejo de la maga Circe, atarse al mástil de la humildad y la modestia para no acabar en el fondo de ese mar abisal donde Sevilla alacena a los hechizados por su canto.

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