La ventana
Luis Carlos Peris
La Navidad como pata de un trípode
Afluentes de devoción que llevan sus aguas al corazón principal de la Semana Santa, que es la vida. Había acabado el vía crucis con el cual los hermanos dejamos al Amor de Cristo descansar en la esquina iluminada en la cual recibe y acoge cada día. Y en esos encuentros y abrazos te das cuenta que no hay valor que pese más en nuestras hermandades que sentirte religado –sin tiempo ni espacio– a los que quieres y con los cuales elegiste (o te eligieron) para crecer en las etapas de la vida. Es la fuente escondida que unieron nuestras devociones.
Este domingo comenzarán los septenarios de nuestras Esperanzas. Un solo latido recorrerá de Pureza a Resolana el tramo más hermoso de la cuaresma. El ansia de esperarlas. Quizás transfiguradas por lo que su solo nombre invoca, las tardes son ya distintas. ¿En qué momento acogimos como nuestra la devoción de tus amigos o del barrio cuando llegaste? Es un gran misterio que te va habitando. Y buscas su cofradía en los espacios que el amigo te enseñó. Y la sigues con cierto vacío de despedirte de ella sin una última levantá. Las amas ya como tuyas en tu galería personal, porque quieres a aquellos que las quieren. Y acudes cada año, como homenaje a esa honda amistad en el día en que no haces estación, a vivir la suya. Reconociéndole en una mirada, en un gesto. Como ríos de cordialidad, nacidos del corazón, que vinculan devociones, jornadas, advocaciones. Por ello, queremos hablar de los estados de emoción superiores a cualquier otro estado de opinión. Incluso cuando pese alguna ausencia, el amor seguirá latiendo en aquel momento aprehendido por el cual vuelves una y otra vez a la misma cofradía. A su cofradía. Espero esos reencuentros, papeleta de sitio, tramo, calle y cofradía, en el camino de la vida. Los discípulos caminaban con el Señor pasando sus manos por los sembrados. Y las cofradías y sus afluentes son esos sembrados. La vida.
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