Los usos inapropiados del Alcázar de Sevilla
Paisaje de ternura
La Semana Santa es la expresión más hermosa del misterio de la ternura de Dios
La Semana Santa es la expresión más hermosa del misterio de la ternura de Dios, tan humana y divina, mostrada en las sagradas imágenes. Recuerdo una tarde de 1989. Aún estudiaba en la Universidad de Sevilla, y salí del Rectorado siguiendo el consejo de mi querido amigo José Antonio Zamora, ya entonces extraordinario fotógrafo. “Ve a la librería Vértice, en la calle San Fernando. No te extrañes, aunque está especializada en idiomas, tú pregunta, que creo que les queda uno o dos”. Compré el libro Sevilla. Imágenes de hace cien años, editado por Equipo 28, con una recopilación de curiosas fotografías realizadas a finales del siglo XIX por el francés Lucien Levy y comentadas por varios autores.
Las imágenes, en un blanco y negro luminoso y nítido, mostraban una Sevilla sin automóviles, con sombreros, coches de punto e iluminada por “candelabros” a gas de fundición. Pero la verdadera razón de la sugerencia de mi amigo era una fotografía muy concreta. En medio de los paisajes costumbristas de la época, con lugares a veces difíciles de identificar por la transformación urbanística sufrida, y algunas fotos de Semana Santa, intercalada sorpresivamente, había una insólita fotografía del Señor de Pasión. De cuerpo entero, solo con el paño de pureza y los brazos –sin cruz–, como cubriéndose pudorosamente en la “recóndita sacristía”, según escribía en su comentario adjunto Julio Manuel de la Rosa.
Levy fotografiaba una portentosa obra de arte, pero lo que yo veía, con temblor de clausura quebrantada, era la ternura de sagrario de una imagen del Señor. Era aquel Niño de Belén, que seguía a merced de los hombres, abrazando la intemperie con sus manos, talladas ahora por la luz, y sosteniendo el universo en la majestuosa inestabilidad de su pie derecho. Si Benedicto XVI consideraba la belleza un camino hacia Dios, Montañés talló este pensamiento cuatro siglos antes en Jesús de la Pasión. Quizás por eso, Levi incluyó en su colección de vistas de Sevilla este paisaje de la ternura de Dios.
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