Los usos inapropiados del Alcázar de Sevilla
Adiós a un príncipe de Sevilla
Sevilla, cuando los almanaques se aprestaban a vivir los ochenta, sintió una ilusión nueva. Decididamente había nacido el príncipe que anhelaba, el torero que iba a ocupar el trono que pronto dejaría vacante Curro Romero. Con Pepe Luis Vázquez Silva, el primogénito de aquel Rubio de San Bernardo que tantas penas alivió en la posguerra más larga y cruel conocida, había decidido continuar la señera saga de los Vázquez. Y la ilusión duró lo que le duró al propio Pepe Luis un motor que lo rompió un toro de Gabriel Rojas en una corrida de la Prensa.
La ilusión fue fortísima y se acentuó en aquellas corridas mixtas en las que compartía cartel con Curro. En Las Ventas vieron la luz y en la Maestranza se consolidaron hasta la alternativa que sería el Domingo de Resurrección con su tío Manolo de padrino y Curro testificando el acontecimiento. Pero a ese momento llegaba el torero con un currículum brillante, pues jamás se me irá de la sesera un mano a mano con Paco Ojeda, el capitán de aquella novillería andante que tenía en el sanluqueño y Espartaco sus mascarones de proa.
Fue en El Pino sanluqueño, la novillada era de Álvaro Domecq con abundancia de burraquitos y con la que tanto Paco como Pepe Luis lograron que la gente saliera de la plaza toreando. Servidor de Dios y de usted adobó la crónica con lo de bendita la rama que al tronco sale que tantas veces me recordó el propio José. Como me recordaba la primera entrevista que concedió y que la hicimos en una cafetería de O’Donnell con su primer hombre de confianza, el banderillero Luis González, de testigo.
Aquello fue días después de su debut de luces en la localidad extremeña de Alburquerque. Se emocionaba recordando que toreó aquella tarde con un grana y oro de su padre. Estábamos en esos finales de los setenta y nadie puede darse una idea de la ilusión que mostraba por continuar la dinastía. Tampoco nadie dudaba de la ilusión de Sevilla por verle ocupar el trono de Curro Romero, que se le entregaría por su sentido del toreo, su innata naturalidad y su bonhomía, que para ser como el Faraón no se puede obviar la calidad humana. Pero no pudo ser, los planetas no se alinearon para que Pepe Luis fuese lo que Sevilla quería y ayer, cuando el viejo Faraón supo de la muerte de su querido amigo entró en shock, como me imagino a su último asidero, Morante, en la intimidad de su casa y como estamos cuantos tuvimos la suerte de quererlo.
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