Visto y Oído
SoniaSonia
Vemos y disfrutamos a deportistas de primerísimo nivel en su mejor momento, dando lo mejor de sus excepcionales condiciones, como Remco Evenepoel o Tadej Pogacar dando pedales y atacando con las ganas que un niño ataca una tarta de cumpleaños recién cortada.
Sin embargo, en la Eurocopa de Alemania siento que el envoltorio, el continente, a veces, demasiadas veces, está por encima del contenido. Que los estadios repletos de gente ataviada con las camisetas de sus selecciones y con sus latidos desbocados no disfrutan de deportistas que puedan dar lo mejor de sí. Que los actores tienen rotas las cuerdas vocales en demasiados casos. Entre los que se han perdido la gran cita del fútbol continental por sus lesiones, como Frenkie de Jong o Gavi –nadie se acuerda de Gavi, pero yo sí lo hago porque me parece que el palaciego es el corazón de la selección como Rodri es el cerebro– y los que han llegado a la Eurocopa fundidos, nos topamos con que el torneo es una suerte de prueba de supervivientes.
Antoine Griezmann, un torrente creativo, un diablo con cara de ángel, nos ofrece una versión muy menor hasta ahora. Lo suficiente que lo escriba para que nos vacune mañana martes, pero escribo de lo que he visto hasta ahora. Y ha sido un Principito varado, como engullido por la misma serpiente que se tragó al elefante.
Bernd Schuster jugó con el Colonia 40 partidos oficiales en la 1979-80, antes de su fabulosa eclosión en la Eurocopa que conquistó con Alemania. Y ya fueron bastantes para la media de partidos que se jugaban en los ochenta o noventa. Griezmann, en cambio, ha jugado 54 partidos oficiales esta temporada recién acabada. Harry Kane, 51. Kylian Mbappé, 53. Bernardo Silva, 51. Hay excepciones, claro, como Rodri o Carvajal, pero es una pena que los actores lleguen al gran concierto con las cuerdas vocales cascadas.
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