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Aunque el CIS de Tezanos proclame que el PSOE está dos puntos por encima del PP en intención de voto, cualquier cargo del Gobierno, en privado, admite las dificultades previsibles de Pedro Sánchez para renovar su mandato. Sumar, socio de coalición, está en horas bajas, castigado además por la escisión de Podemos, o “Pudimos”, como se denomina con sorna a los restos del partido de Pablo Iglesias. Y los imprescindibles nacionalistas catalanes están, como siempre, a lo suyo, que puede coincidir, o no, con un Gobierno progresista. Por más que Sánchez haya asumido un desgaste importante en el sur de España con su iniciativa de ley de amnistía y otras asociadas a la operación de pacificación catalana, no tiene garantía ninguna de correspondencia. Los generadores de desinformación juegan además en su contra. Un ejemplo: en Andalucía se ha asentado la especie de que “a Cataluña le paga Sánchez las dos plantas desaladoras de agua, pero se las cobra a los andaluces”. Literalmente falso: el trato es el mismo, pero cala la desinformación y el Gobierno no la combate. Como casi siempre.
En esas estábamos cuando el líder de Vox, Santiago Abascal, preocupado por su estancamiento y las deserciones, anunció la retirada de los gobiernos autonómicos. “Es por una cuestión insolidaria con los menores emigrantes no acompañados y además con Canarias, que es territorio español”, razona el alcalde de Madrid, Martínez Almeida. Pero Abascal dio la orden y se produjo la desbandada entre sus doce consejeros en cinco autonomías. Unos salieron, otros fueron cesados por si se querían quedar, como decidió el presidente popular valenciano, Carlos Mazón, y dos siguen: el de Castilla y León que era independiente y el extremeño, “porque no tiene donde ir para ganar tres mil euros, dado que no es ni diputado”, aclaran los socialistas desde Cáceres.
Abascal, además, sale de los gobiernos autonómicos –no pide lo mismo a los concejales de los 140 municipios en los que participa con el PP, no fuera a desintegrarse su partido– al tiempo que refuerza su alianza internacional con el húngaro Viktor Orban, el más prorruso de los dirigentes comunitarios. Orban, nada más llegar a la presidencia europea de turno, ha visitado a Putin, a Trump y a Xi Jinping para decepción de la UE. Adiós a la alianza bonita con Giorgia Meloni, decepcionada porque esperaba mejor resultado de Vox en las europeas, y que no quiere ser un satélite de Putin en Occidente, papel que asume con gusto su compatriota Salvini.
Feijóo, sin hacer nada, se ha quitado de encima a parte de Vox, aunque aspire a recibir su apoyo desde fuera. Y Abascal, fan de la motosierra de Milei y cada vez más integrado en la plataforma pro rusa, pesaba demasiado. Fuera lastre. Sánchez, en la misma jugada, pierde argumentos para decirle a los moderados del PP que no se puede votar a un Feijóo encadenado a Vox, argumento movilizador en favor de la izquierda y favorecedor de la abstención. Cuando Feijóo confiesa en privado que empezó a alejarse de Moncloa en cuanto Mazón, sin avisar, se alió con Vox, acierta. Aunque la politóloga Cristina Monge sostiene que Sánchez empezó a resurgir al perder su cara a cara televisivo con Feijóo. Movilizó a los que no querían verlo perder en las urnas. Y encima el popular no compareció en el debate a cuatro. Errores pasados, pero empujón de Abascal ahora.
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