Tacho Rufino

Así en Washington como en Iberia

el poliedro

Las declaraciones de la portavoz de Podemos en Madrid son un canto a la hipocresía y al infantilismo políticoNo son tan distintos los totalitarios, se vistan como se vistan: con cuernos o sin ellos

09 de enero 2021 - 02:33

Cuando esto se escribe, se da por hecho que a estas alturas de la semana primera del nuevo año, una semana que viene a hacer no tan fatídico ni tan convulso al año 2020 -qué son unos días de calendario en el devenir de las cosas de las personas-, casi todo se ha dicho sobre el evidente paralelismo entre quienes violentan el poder legal con cuernos de bisonte americano y aspectos imbéciles una de las sedes de la democracia parlamentaria estadounidense y quienes lo hicieron ungidos por un afán nacionalista cortando autovías con partidas de ajedrez y tomando una ciudad burguesa y bienestante como Barcelona por las bravas, o aquellos otros que boicotearon parlamentos nacionales o regionales aquí, por un ardor antifascista bastante, en el fondo, fascistoide y no poco infantiloide. No hace tanto. Todos, los de aquí y los de allí, no ya impresentables argumentalmente, sino malos amigos de la libertad: las instituciones no se tocan, ni se incendian sus sedes, lugares simbólicos de lo común y lo construido en décadas de tensión entre la democracia y el totalitarismo (o sea, aquel tipo de forma de actuar donde todo es posible, por el poder). ¿En qué se diferencian los asaltos, más allá de las formas? En bastantes cosas, pero en poco en lo esencial: el abuso y la violencia, la creencia ciega en que lo que uno piensa vale cualquier actitud pública. Incluido el asaltar y reventar lo que de verdad nos une -malamente- como sociedad: los parlamentos o las sedes de Justicia. Si no nos creemos esto, que cada palo se aguante su vela. O apalee e incendie.

Me quedo con las declaraciones de la portavoz de Podemos en la Asamblea de Madrid, Isa Serra, al hilo de los alucinantes acontecimientos de Washington: "No me sorprendería si en unos años vemos entrar en el Congreso a Abascal con cuernos". Debemos entender que considera democráticas las llamadas a la insurrección de ocasión de aquellas barbaridades patrias, o sea, españolas. Y, sin embargo, considera ultraderechistas e intolerables a la jauría de descerebrados atizados por el propio presidente de Estados Unidos, Donald Trump, hace tres días. Debemos considerar que no está dispuesta Serra a hacer autocrítica de esos ataques del todo injustificables a los que asistimos en este triste país donde todo parece valer, y casi nada tener consecuencias judiciales o penales. Con utilizar un presagio en verbo condicional -"me sorprendería..."-, capotazo a las responsabilidades que te crió. Mágico; irresponsable, infantil. Menos mal que tenemos a Abascal. No es lo mismo aquello que esto que acaeció aquí. Pero se le parece mucho. A mí que me lo expliquen. ¿O es que se trata de pura hipocresía?

La vergüenza de muchos estadounidenses debe de ser muy parecida a la que, periféricamente, sentimos muchos aquí. Los representantes políticos legales -presidente allí, presidentes autonómicos o diputados aquí- atacan a su propia condición representativa, y justifican lo que haga falta. Como dijo Roosevelt sobre el dictador nicaragüense Somoza: "Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta". Podría ponerse en boca de Vito Corleone sobre Clemenza o Tesio. Hay una diferencia, otra: el mafioso no era un cargo electo. No es cosa menor, huelga decirlo. En los años previos a toda la convulsión encadenada que comienza, por datar, en 2010, hablábamos, sobre todo los economistas, de la "calidad institucional". Tiempos de corrupción y de burbujas financieras que estallaron en metralla social. Ahora, esa expresión se antoja naif, e incluso perdedora. No es ya "calidad" lo que necesitan las instituciones de los países decentes. Necesitan defenderse de la demagogia, o sea, de la corrosión atómica que producen los políticos indecentes, partidistas, antidemocráticos. Gente que no se merece el cargo que ostenta. Gente de la que, de nuevo y como siempre, hay que defenderse.

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