Tribuna Económica
Carmen Pérez
Un bitcoin institucionalizado
Hay personas que pasan por la vida sin pena ni gloria, personas que no dejan huella, personas de las que nadie se acuerda. Y hay otras que son difíciles de olvidar. Por su generosidad, por su alegría, por su sonrisa, por su humor fino e irónico, por su entrega a los demás sin límite. Así era Consuelo. La tita Consuelo.
La conocí una cuaresma de hace muchísimos años, cuando andaba buscando un buen balcón para retransmitir las cofradías que subían por la Cuesta del Bacalao. Ella estaba asomada en esa esquina privilegiada con Argote de Molina, donde vivía desde que se casó con Paco. "¿Niña, qué buscas?", me preguntó. "Un balcón para poder contar las cofradías que pasan por aquí señora", le dije. "Sube". A partir de ese día me abrió mucho más que las puertas de su casa. Me abrió las puertas de su corazón y me regaló su eterna sonrisa. Para siempre. Porque como dijo su sobrino Antonio en su funeral, Consuelo no era de cerrar puertas, sino de abrirlas de par en par. No era de decir adiós, sino hasta luego, No era de pedir, sino de dar. Y así fue recogiendo sobrinos por el mundo.
Tita Consuelo tenía tres sobrinos y una sobrina, pero en realidad tiene más, muchísimos más, tantos como grande era su amor y entrega a los demás. Cada Semana Santa ella abría su balcón y en su cocina siempre tenía preparada su Cruzcampo fresquita, su salchichón, sus patatas fritas y hasta una tapita de queso. Menos para Herrera, que ella ya sabía que no le gusta nada. Hasta de eso estaba pendiente. El mejor día de tita Consuelo era el Miércoles Santo. Ese día los hermanos de la Sed tiran desde su balcón la mejor petalada para su Virgen de Consolación, ¿verdad Kiko? Lo han venido haciendo desde los últimos veinte años y estoy segura que Consuelo hará lo posible para que siga siendo así.
Tita Consuelo se nos fue a principios de este 2019. Tenía 91 años. La vamos a echar mucho de menos. Mucho. Que Dios la tenga en su gloria.
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