Tribuna Económica
Carmen Pérez
Un bitcoin institucionalizado
En el impresionante libro de Nicholas Mulder “El arma económica: La aparición de las sanciones como una herramienta de la guerra moderna”, vemos cómo se rompen tradiciones como la neutralidad de países, respeto a civiles y propiedad privada, suministro de alimentos, ayuda humanitaria, que se intentaban mantener más o menos separadas de las guerras. En la actual no es algo ocasional, sino que Rusia está mostrando claramente voluntad de destrucción civil.
Las sanciones impuestas a Rusia tras la primera invasión de Ucrania eran realmente débiles en su alcance, como nos mostró con gran detalle, en su día, el profesor Antonio Sánchez, de la Universidad de Valencia, en una conferencia en Málaga. Está claro que por sí solas no explican una reacción expansiva de guerra, además las relaciones financieras con Rusia se han mantenido, y como dice la primera ministra de Lituania, Ingrida Simonyte, hemos sido muy permisivos ante un mentiroso compulsivo como Vladimir Putin, y ha prevalecido la codicia ante el gasto, patrocinio, e inversiones de los rusos ricos, tanto oligarcas que compran casas por 20 millones como mini oligarcas con un cero menos de esas cifras.
Ante sanciones que reducen la renta, hacen escasos recursos esenciales, destruyen producción y elevan precios, se plantea si es posible una mayor finura en aplicarlas a personas y objetivos concretos; pero para aplicar con exactitud herramientas de disuasión económica haría falta un conocimiento que no existe de intercambios económicos muy complejos. Además, con autócratas sin sensibilidad hacia sus propios ciudadanos las sanciones no han servido, como en Irán, Siria, Corea del Norte, o antes Venezuela y Cuba, y mucho menos las que tienen objetivos humanitarios por el empleo de mano de obra en condiciones degradadas, o maltrato y agresión a minorías internas.
Rusia se ha ido preparando ante más sanciones disminuyendo sus reservas de oro y divisas en Estados Unidos, aumentando en Francia, Alemania, China y Japón, y menos en Gran Bretaña. Ha duplicado su posición en euros (la principal posición actual unos 200.000 millones sobre el total de 600.000 millones), en oro, así como yuan, libras y otros, y reducido a la mitad los dólares. Todo el mundo sabe que las arterias del comercio internacional y financieras son vitales, y que cortarlas debilita al país que se sanciona y también al resto-. Excluir a bancos rusos del sistema de comunicación SWIFT es relevante, pero hay formas de evitar el bloqueo a través de otros bancos; Mulder explica cómo cuando en 1914 las órdenes de transferencia de dinero y títulos se daban por correo o telegramas, se vio que un bloqueo financiero a Alemania era en realidad un bloqueo de comunicaciones, y los gobiernos interceptaban estas órdenes y obligaban a las instituciones financieras a comunicar operaciones de blanqueo. Los bancos subsidiarios del Deutsche Bank en Latinoamérica repatriaban fondos de empresas alemanas a través de la sede de Crédit Lyonnais en Madrid, entonces el principal banco del mundo, y cuyo esplendor puede intuirse viendo el magnífico palacio de la Plaza de Canalejas donde estuvo ubicado. ¿Pueden hoy los gobiernos forzar a los grandes bancos para que reconfiguren sus negocios internacionales para hacer eficaces las sanciones financieras? Las multas que se imponen continuamente por incumplimientos a bancos de inversión y suman cientos de miles de millones de dólares, es una parte de la respuesta, que muestra las contradicciones entre el interés económico y el alarde que suele hacerse de compromiso con las libertades y la democracia.
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