La ventana
Luis Carlos Peris
Perdidos por la ruta de los belenes
Cuenta la leyenda que la Virgen de los Reyes vino de allende las cimas elevadas del Pirineo. Cuenta que su madera de alerce trae aromas de paisajes verdes, azules, rocosos, lejanos. Y que en sus ojos hay la misma luz que vieron, un día como éste, los aguerridos caballeros de Carlomagno cuando libraron la batalla en el paraje navarro de Roncesvalles. Allí fueron vencidos por otra forma de ver el mundo, y de mirar el cielo. Allí, el 15 de agosto del año 778, cuando en Europa echaban raíces las relaciones de poder que siguen imponiendo sus leyes, los carolingios sufrían la derrota y se veían obligados a desandar sus pasos, como nosotros cuando entra la tumbilla escoltada por los nardos.
Hoy, las veredas que condujeron a los francos hasta Roncesvalles son las autopistas y carreteras, que en estrategia rodada atraviesan tantos para volver a la guerra. Unos van, otros se quedan, y permanece la trinchera donde siempre, y en su Trono de Hermosura la misma Capitana General con mando en plaza, en la plaza de su nombre. Cada 15 de agosto, como en la Navarra aquella de vascones imbatibles, nos rinde el sueño, nos agobia el calor, nos aturde la emboscada de la realidad. Por medio de la bulla ordenada que la espera, se abre un sendero para que pase la Paz Sentada, de rostro enigmático y ojos siempre abiertos. Viene la Virgen de los Reyes, y no tiene, como en Roncesvalles, un santuario en la montaña, pero habita una montaña hueca, con su santuario dentro.
Cada uno llega allí con su batalla en el corazón. Siempre la derrota de Roncesvalles, como una piedra donde, por dos veces, tropezaron los francos, sedientos de ser y poseer como nosotros. La ciudad, que mira a la Virgen igual que aquellos que la enviaron como presente al monarca castellano, se deja vencer por su amor. Y entonces, en rendición, como ante San Fernando en su 775 aniversario victorioso, otra vez, perpetuamente, Reina y Patrona nuestra, “a tus plantas se postra Sevilla”.
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