Visto y Oído
Francisco Andrés Gallardo
Voces
EL 23 de noviembre de 1248 las autoridades islámicas de la ciudad de Isbilya, la antigua capital del imperio almohade en Al-Andalus, capitularon ante las huestes cristianas de Fernando III, el Santo, rey de Castilla y León, tras más de un año de angustioso cerco. Era la festividad de San Clemente Papa cuando terminaba, definitivamente clausurado y ya para siempre, el glorioso pasado andalusí de Sevilla. La etapa histórica que se iniciaba entonces –no menos importante e ilustre que la anterior– supondría progresivamente un cambio radical para la ciudad y su vasto reino, pues quedaba ésta vinculada para siempre a la cultura y civilización europea, occidental, cristiana y feudal. Fernando III determinaría el destino de la ciudad de Sevilla dentro del reino Castilla, incluso como rey de las tres religiones, facilitando la coexistencia de cristianos, musulmanes y judíos en la ciudad del Guadalquivir que ya desde entones, mediados del siglo XIII, se convertiría en la “capital de todo ese señorío del Andalucía”.
Un mes después, el 22 de diciembre de 1248, tradicional conmemoración de la traslación de los resto de San Isidoro de Sevilla a la ciudad de León en 1063, según el pacto firmado entre Fernando I, rey de León, y Al-Mutamid, rey de Sevilla, el Santo Rey conquistador entraba con su séquito solemnemente en la ciudad más importante nunca antes conquistada por el reino de Castilla y León al sur del río Tajo. En la comitiva, acompañando a su padre, iba el joven príncipe don Alfonso –futuro Alfonso X, el Sabio– que había tenido una decisiva intervención en las negociaciones de la rendición de Isbilya al defender, enérgicamente, la mezquita mayor y su alminar que los musulmanes sevillanos querían derribar. No fue, por tanto, una casualidad que su padre, Fernando III, quisiera hacer coincidir la capitulación de Sevilla con el vigésimo séptimo aniversario del nacimiento del príncipe don Alfonso el 23 de noviembre de 1221 en la ciudad de Toledo. De modo que ya desde 1248 la ciudad de Sevilla entraba en la historia de ambos monarcas cristianos más allá de las propias vinculaciones familiares. Una correspondencia de amor y fascinación por Sevilla de la que siempre, padre e hijo, hicieron exhibición en sus crónicas y escritos áulicos.
Efectivamente, al cumplirse este año el trescientos cincuenta aniversario de la “canonización” de San Fernando en 1671 sería conveniente que los sevillanos enmendáramos en la historia hispalense lo mucho que la ciudad le debe a su Santo Rey Conquistador, cuyos últimos años de vida decidió pasarlos en el antiguo alcázar andalusí de la ciudad. Además aquí murió y quiso ser enterrado en la antigua Catedral de Santa María junto a la Virgen de los Reyes, cuyo culto, devoción e imagen instauró en la ciudad cristianizada.
Pero es que además este mismo año de 2021 se cumple también el octavo centenario del nacimiento del rey Alfonso X, el Sabio, quien como su padre, manifestaría en sus escritos la gran admiración que sentían por la ciudad de Sevilla; y que procedió a su repoblación y ordenación de la vida institucional, económica, religiosa y cultural de la ciudad en donde vivió largas temporadas y en donde murió el 4 de abril de 1284 en el mismo alcázar hispalense que su antecesor, queriendo asimismo ser enterrado, junto a su padre Fernando III y su madre Beatriz de Suabía, también en la Catedral de Santa María.
De modo que Fernando III y Alfonso X, bien pudieran ser considerados como “reyes sevillanos”. Un viejo reino, islámico y cristiano, que como el de Sevilla se encamina ya a la celebración de su milenario, 1023- 2023. Además, el Rey Sabio encontró en la ciudad de Sevilla no sólo apoyo y justificación en sus complejas aspiraciones políticas –con leyendas tan hermosas como el célebre No8Do– sino también refugio y comprensión personal en los momentos tristes de las dificultades familiares sucesorias, ya en los últimos años de su vida.
Sevilla y su milenario reino admirada y elogiada tanto por el Rey Santo y como sobre todo por el Rey Sabio, pues cada uno en su estilo y circunstancias manifestó su fascinación por esta ciudad, como ha estudiado, entre otros investigadores de la Universidad de Sevilla, mi maestro el profesor Manuel González Jiménez. Así, por ejemplo, en el curioso libro alfonsí llamado el Setenario, escrito posiblemente en Sevilla en los últimos años de la vida de Alfonso X, el monarca castellano, junto a las alabanzas a su padre, dedica un capítulo a la descripción de las “bondades del regno de Seuilla”. Entre otras cosas, se dice que la ciudad de Sevilla “fue antiguamente casa e morada de los emperadores” y que por ella tuvo lugar el “començamiento de la puebla de España; ca por ella e por el rey Espán, que fue dende señor, ouo así nombre e lo á oy toda la tierra”. Y añade que “Seuilla es la más noble prouincia, e fué que todas las otras del mundo”. Y otras muchas alabanzas sobre la ciudad, sus edificios, defensas y su puerto, al que atracaban barcos de todo el mundo conocido, y su clima “non seyendo muy frío al tiempo de la friura, nin muy caliente además a la sazón de la calentura”, para concluir que “manque cada vno se pague de su tierra onde es de natura, e la alaba por razón de la naturaleza; ésta (Sevilla), por su bondat es tan solamiente alabada por todos”. Hermosas y sentidas palabras del Rey Sabio para con Sevilla y su reino. Y Sevilla en el VIII centenario del nacimiento de Alfonso X no puede, no debe, olvidar la vida y las obras de su rey más universal y Sabio.
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