Sueños esféricos

Juan Antonio Solís

jasolis@diariodesevilla.es

Rafael Nadal y los dolores del ocaso

Ojalá que el titán vuelva a París y ojalá que su adiós sea digno de su colosal aventura

Morgan Freeman se ha enredado en su trayectoria más reciente en una red de películas indignas de su figura. Merece un mayor respeto Red, precisamente Red, el personaje que encarnó en Cadena perpetua. Si tienen tiempo y ganas, entren en Netflix y pinchen La sombra del crimen (2022). Parece la parodia de un thriller, pero no lo es. Alguien que a sus 86 años es más leyenda que actor debería tener mucho más tacto con su pasado de gloria. Saber plegar velas y si, en su caso, no le llegan más que bodrios, declinarlos y cuidar esos recuerdos filmados. Guita le sobra.

En el caso del deporte profesional, abundan los casos de mitos que no supieron retirarse a tiempo y que se resistieron al irremisible ocaso hasta mancillar su imagen. Lo antagónico al sevillista Jesús Navas o al bético Joaquín, vamos.

Rafa Nadal, para el que escribe el mejor deportista español de la historia, acaba de anunciar que no podrá jugar en Melbourne. Fueron demasiadas sus encarnizadas batallas como para que los tratamientos más vanguardistas restauren su imponente figura de superhéroe y prosiga su carrera contra Djokovic y contra sí mismo.

Y la legión de admiradores que escrutamos sus pasos y sus palabras, que nos dispersamos por todo el mundo, no terminamos de creernos que este deportista casi sobrehumano, cuya capacidad de lucha y fe se tienen por únicas, vaya a terminar hincando las dos rodillas sobre la tierra batida para acabar derrumbándose de pena, que no de gozo como siempre.

Para levantar tanta plata como ha levantado ha ido pagando un precio altísimo, el de su titánico esfuerzo. Ha tenido que fustigar su espalda, cadera, rodillas o tobillos para dominar el circuito, sostenerle el pulso a Federer y Nole o imponer una soberanía inconcebible en París. Ojalá que, como él ha dicho, retorne a su reino galo en unos meses. Y ojalá, sobre todo, que su adiós definitivo sea digno de su colosal aventura.

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