Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Inventarios de diciembre (4). Desigualdad
Termina una semana complicada. Más que grave en esa parte del mundo de cuyas provincias sabemos ya casi más que de la que linda con la que habitamos.
Vivimos acojonados ahora con que un puñado de hijos de Putin, armados hasta los dientes, se han hecho con el control de la central nuclear más grande de Europa y los medios nos encargamos de alentar que un nuevo Chernobyl se cierne sobre la vieja Europa.
El drama nuclear ha resucitado como si de repente hubiésemos vuelto a los 80 y algunos hasta echan en falta a un Reagan en La Casa Blanca o a la mismísima Dama de Hierro en UK.
Yo me lo he tomado con algo más de filosofía y he retomado la serie The Americans, aunque solo sea para imbuirme de esa guerra de espías que mantuvieron rusos y americanos, mientras observo cómo ese mundo dividido en dos bloques va tomando otra vez forma.
Aquella batalla la ganaron los USA, pero no porque sus espías fueran mejores, sino porque la gente, oprimida y empobrecida al otro lado del telón de acero, se cansó de que sus gobernantes les tomaran el pelo, mientras veían como su vecino del oeste prosperaba.
Sinceramente creo que hizo más por la democracia McDonalds abriendo en la Plaza Roja de Moscú que toda la propaganda que Radio Free Europe lanzaba tras el telón de acero.
Hoy me he topado precisamente con un vídeo de ese medio. Sí, sigue funcionando y hasta tiene canal en YouTube. En la pieza un reportero intentaba enseñar a algunas personas en Rusia los efectos de la invasión de Ucrania.
El resultado de la encuesta no sorprende: negacionistas, seguidores fieles de Putin, gente poco o nada colaboradora por miedo o por pertenecer al anterior grupo, y para cerrar, una anciana que concluye mandando al infierno a Putin, mientras al pie de las imágenes se recuerda que la administración pública estadounidense colabora financiando el medio.
Los que sí lo están pagando. Los desplazados por el conflicto en Ucrania ya superan el millón. Hoy mismo una compañera en la redacción escuchaba la odisea de una mujer ucraniana hasta llegar a Sevilla. Entre lágrimas le contaba la dantesca situación de sus familiares aún allí. La compi ha parado la charla y ha quedado en dejarla descansar en lugar de seguir tomando notas. No era lo importante ahora.
Eso sí, las lágrimas que habrá echado el otro desplazado, por los motivos que sean y de otro color, después de los palos con los que le hemos recibido en Europa al bajar de la valla en Melilla, parece que no duelen igual.
No son tiempos difíciles. Son directamente jodidos. Para pedir la cuenta y retirarse lejos, donde no llegue ni la onda media de la radio con nitidez.
Recurramos al humor (negro casi siempre) de Twitter para concluir que al menos parece que Putin se ha cargado al coronavirus a cañonazos. Al menos de éste ya casi ni oímos hablar. Y menos que lo vamos a hacer a partir de la semana que viene cuando no se comuniquen sus datos a diario como en casi estos dos últimos años.
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