Los usos inapropiados del Alcázar de Sevilla
Pobre, por mucho que te esfuerces
el poliedro
El Ministerio de Derechos Sociales de Belarra lanza una campaña por una causa necesaria, pero con una perversión ideológicaEl spot lanza un mensaje de igualdad preñado de nihilismo y desesperanza
Es un hecho irrebatible que los hijos de familias pobres tienen muchas papeletas para ser tan pobres como sus padres y abuelos. Es una certeza estadística que se confirma, con distinta crudeza, en Suecia, Bangladesh, Estados Unidos o España. Las sociedades dignas son aquellas que promueven con la acción política que la desigualdad por origen se relativice, propiciando condiciones de educación, cultura y salud que hagan que el mérito iguale, en lo posible, a las clases sociales, que son económicas en buena medida. La meritocracia es un concepto democrático; sanitario, higiénico, y también moral. O sea, humanista. Adquirir derechos y hasta privilegios por la cuna es lícito; la condena a la pobreza desde la cuna es una vergüenza colectiva, una lacra que apesta a las sociedades. A su propio futuro, a su propia salud, viabilidad y seguridad.
Si embargo, las crisis económicas -incluida aquí la crisis pandémica en curso- que azotan periódicamente a los países y los territorios suelen causar destrozos en los avances cualitativos, es decir, en el desarrollo colectivo y en el bienestar de la mayoría de las personas. Estas depresiones de la actividad y sus correlativos retrocesos sociales suelen afectar indefectiblemente a la igualdad entre los individuos y familias, reabriendo brechas que los economistas miden con herramientas como el índice de Gini. Economistas actuales como el francés Piketty abanderan la causa de la desigualdad (o igualdad) con gran tirón mediático, aunque sus obras iniciáticas (Capital en el siglo XXI, por ejemplo) sean tratados técnicos que no están al alcance de cualquiera; sí tienen gran pegada sus mensajes sobre impuestos mundiales o la herencia universal con cargo al presupuesto como formas de paliar las distancias patológicas de ingresos. En el propio Estados Unidos, tenido por la patria del mérito y las oportunidades, las brechas de renta y patrimonio llegan a niveles que amenazan las libertades colectivas, incluidas las de los más ricos. Con el tiempo, la previsibilidad del rumbo vital en función del hogar donde las personas nacen ha aumentado peligrosamente, y dice poco de la calidad democrática del país más poderoso del mundo.
En España surgen iniciativas para luchar contra esta tendencia, alguna con tan buena intención (¿?) como desatino conceptual. El Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 ha lanzado una campaña para concienciar -labor política de primer orden- sobre el asunto de la desigualdad congénita. Pero su mensaje contiene una perversión: "la mayoría de los niños que nacen en familias pobres serán pobres de adultos por mucho que se esfuercen", proclama un spot. ¿Por mucho que se esfuercen? Desesperanzador, y falso. La gente que se esfuerza puede prosperar, de eso está hecho el mundo, de emancipación, dignidad y logro, y no de castas eternas. Proteger y dar cobertura a quien nace desprotegido y con menos derechos fácticos es obligación de todos, sobre todo de nuestros gobiernos. Pero el esfuerzo y la valía deben ser resaltados, y no anulados y desestimados: "por mucho que se esfuercen": no hay nada que hacer, te proclaman los gobernantes, en este caso Ione Belarra, la ministra del ramo. ¿No han pensado los creativos de la campaña, y sus pagadores ministeriales, en este detalle, "por mucho que se esfuercen"? Lo peor sería que sí, que lo hicieran a posta: "No tienes nada que hacer, eres pobre, te jodes, abrázame a mí que te voy a dar la sopa boba a cambio de tu voto". Si un niño tiene menos futuro, protege sus mínimos, practica la discriminación positiva desde el poder. Pero no le digas que su esfuerzo será inútil, porque la historia demuestra que no es así. Proteger al débil, no castrarlo en su ambición legítima. Esto último es retrógrado, y no progresista.
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