Patrimonio Humano

01 de marzo 2018 - 02:31

Este artículo va dirigido a ti Pepe, Manuel, Carmen, Ana o Antonio y a otros muchos; a ese hermano y hermana anónimos que engrosan las filas de las hermandades. Ellos que su pertenencia a la corporación le viene por tradición familiar o simplemente por fervor. Devoción que transmiten a sus hijos, en primer lugar, y nietos, después, incorporándolos a la misma con gran ilusión y cariño, para llevar su herencia más preciada ante los brazos protectores de sus más queridas advocaciones.

Estos hermanos no faltan a los cultos, besamanos y besapiés. Acuden en silencio, pasan casi desapercibidos, no buscan un lugar preferente, tan solo van a participar en la eucaristía, orar y sin ánimo preconcebido, cumplir con las reglas, sin buscar boato, ni una distinción o privilegio por ello; como podríamos decir, al sevillano modo, de forma íntima y recoleta.

Ellos son los verdaderos partícipes de las hermandades, son los que engrandecen las nóminas de hermanos y, sin embargo, qué poco se cuida en el día a día de la hermandad de esas personas anónimas y desconocidas para algunos miembros de las juntas de gobierno, muchas veces completadas éstas con hermanos nuevos que desconocen la propia identidad de su hermandad, pues no les ha dado tiempo de imbuirse de ella, pero que, por circunstancias coyunturales, pertenecen a la junta de gobierno. ¡Cuánto tendríamos que aprender de ese hermano! Ese que cada año saca su papeleta de sitio, a veces incluso con gran esfuerzo económico, pero que no deja de hacer su estación de penitencia, que es como una puesta al día con su Dios, sin exigir un sitio o lugar preferente, simplemente va con su cirio en el lugar que por antigüedad le corresponde, sin un reclamo, sin una protesta. ¡Cuánto tenemos que aprender de ellos!

Vayan estas líneas como un pequeño homenaje y reflexión hacia la consideración y valoración de ese patrimonio humano que debe ser cuidado y escuchado. Esos hermanos que llevan un doble antifaz…

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