La ventana
Luis Carlos Peris
Perdidos por la ruta de los belenes
Diario de la pandemia | Día 37
Doy por hecho que como hay de todo, y si no se inventa, seguro que había chavales que se pirraban por ir al banco con el padre o con la madre o con el tío o con la tía. El caso era ir al banco. Sí hay niños así, hay niños que han nacido mayores, niños que desde la cuna igual les trasladan a sus progenitores que han venido al mundo para interventor. ¿Qué interventor? Para mucho más. Directo a la cima. Director general. No, mucho mejor, consejero delegado.
Esos padres que estuvieron torpes o despistados y no se coscaron a las primeras de cambio de las señales que les envió el retoño, con las que quería transmitirles que había llegado a este mundo para ocuparse de las finanzas ajenas, iban a tener en los próximos días una oportunidad inigualable para descubrir la sintonía entre su hijo y el dinero. ¿De qué mejor manera podía acabar el confinamiento de su criatura que cambiando el ya saturado ambiente doméstico por el penetrante olor a banco? Llevar a un niño de paseo es una pérdida de tiempo y además no proporciona ningún beneficio, aunque los apóstoles del ejercicio estén continuamente predicando sus excelencias. Al contrario, ocasiona molestias, hay que extremar la vigilancia y estar pendiente para que no se acerque a donde no debe o a quien no debe. Sin embargo, el banco es un lugar seguro y limpio que, estando cargado de mensajes sobre un futuro prometedor, te solventa el presente -que es lo que de verdad importa- si es uno mismo el que está al mando. El porvenir de los demás, tirando a hipotecado, ya lo vamos viendo.
Así que la rectificación ulterior del Gobierno, que al final ha optado porque las cosas se sigan haciendo como hasta ahora, con paseos insulsos, ha dado al traste con los planes de más de uno. Seguro que tenían pensado llevar al primogénito al banco, y si no era uno de esos que desde la cuna habían mostrado maneras, se le abrirían los ojos con esta primera visita. Las sucursales ya estaban preparadas: la penumbra que en estos días ha oscurecido la actividad bancaria iba a ser sustituida por una luminosidad destinada a deslumbrar a los niños. Su reacción al entrar en estas capillas del capitalismo habría superado incluso a la que pudieran tener al acceder por primera vez al parque temático que tanto han deseado. Y además, el sistema se habría asegurado su continuidad con unos sucesores dignos, dedicados con el fervor más sólido -ese que se adquiere al ser inculcado desde la más temprana edad- a preservar y hacer cada vez más fuerte y próspero un negocio básico: el de la banca.
Pero no. Este Gobierno es un cagón. Se ha rajado. Se ha echado atrás. La oposición ha podido con él. Y esta derecha, ¿qué clase de derecha es? Menudo fraude. ¿Cómo es posible que no quiera que los niños vayan al banco? Bah, niños paseando sin más. Desde luego así no vamos a ninguna parte.
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