Manuel Campo Vidal

Pablo Casado puede ser el Zapatero del PP

02 de julio 2018 - 02:34

Nadie podía suponer que la renovación del Partido Popular se produciría sin previo aviso y en un decorado político tan adverso como el que están viviendo los populares. No cabía imaginar que la aspirante Soraya Sáenz de Santamaría no dispusiera de los resortes que le daba su poderosísima vicepresidencia, incluido el caudal informativo del CNI.

Que la secretaria general, María Dolores de Cospedal, tuviera que participar en la batalla como infantería y no en un carro de combate orgánico; que existiera una proliferación de candidatos tras la renuncia a jugar la partida del "sucesor natural" que todos pronosticaban, a saber, Alberto Núñez Feijóo. Que habría espacio para candidatos impensables hace sólo un año, como Pablo Casado, y, menos aún, candidatos de fuegos artificiales como el ex ministro Margallo del que se coleccionan en voz baja los epítetos con los que etiqueta -él con voz atronadora- a la ex vicepresidenta, a la que parece odiar más que al peor adversario ideológico.

Rota la tradición por la que el máximo líder del Partido Popular designaba a su sucesor y después se votaba por formalidad -Fraga, Aznar, Rajoy- la dimisión de Mariano sin nombrar heredero ha llevado a un Congreso del Partido Popular en el que puede pasar algo imprevisto. Que gane, por ejemplo, Pablo Casado, un candidato inesperado tal como en su día fue elegido, a contracorriente, José Luis Rodríguez Zapatero, secretario general del PSOE.

Recuerden aquel Congreso en el que daban a José Bono como vencedor por goleada, con todo el apoyo del aparato del partido; con Rosa Díez soñando con que las bases la auparan al liderazgo, después de un relativo buen papel en unas europeas recientes; y compareciendo Matilde Fernández como candidata testimonial del guerrismo. Junto a esos tres nombres asentados competía un joven apuesto por el que nadie daba nada, un diputado de provincias que jamás había brillado en las Cortes, aunque llevaba allí desde los 27 años. Pues aquel joven ganó por doce votos, entre mil compromisarios, para sorpresa de todos e indignación del favorito.

Un destacado diputado del Partido Popular que tuvo un alto cargo en la primera legislatura de Rajoy estima que solo hay tres alineaciones posibles para la segunda vuelta: Cospedal y Casado, que es lo que ve más probable; Soraya y Casado... y no quiere ni imaginar lo que sería una segunda vuelta con Cospedal y Soraya. La guerra civil popular. Una profunda fractura del partido. Pero esas son las tres posibilidades.

Sin duda, Pablo Casado puede dar la sorpresa, como la dio Zapatero. Incluso puede decirse que Pablo tiene una popularidad muy superior a la de Zapatero entonces. Cierto que gozó del padrinazgo de Aznar y de Esperanza Aguirre, lo que más que sumar resta, y que tiene el lío no menor de su máster de regalo y su carrera exprés de Derecho, ahora mismo investigada.

Pero en un partido con tantas y tan graves incidencias judiciales esa mancha acaso sea más soportable. Veremos, aunque se enfrenta a dos abogadas del Estado, excelentes opositoras. Casado plantea con inteligencia que, frente al drama de un enfrentamiento Cospedal-Soraya, él puede ser la solución, del mismo modo que Zapatero se presentó como la opción optimista para un PSOE entonces muy deprimido por el fallecimiento político de su padre, Felipe González.

La batalla popular se libra el jueves próximo, o sea, un día antes del encuentro Sánchez-Torra y en una semana que comienza con la polémica en RTVE, donde Podemos y PSOE apuestan por candidatos ajenos a la industria audiovisual. Ha sido Ana Pardo de Vera, la directora de Público, el digital de Jaume Roures, la que ha escrito en Twitter la que seguramente será su crónica más leída: el relato de cómo Pablo Iglesias le comunicó que iba a ser nombrada y después Sánchez no la aceptó. Concluye afirmando que Iglesias le dijo que "había pactado con Sánchez que la RTVE dependía de Podemos". Imaginen la desolación de los profesionales de este medio que vienen soportando históricamente injerencias gubernamentales y no ven la salida del túnel.

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