Opinión
Eduardo Florido
El estancamiento retórico de García Pimienta
La política española lleva años jugando en el alambre. Las elecciones de Castilla y León le han dado una vuelta más de tuerca al ejercicio del equilibrio institucional. España será centrípeta o centrifuga. O tiende al centro o se expande hacia los extremos. Porque desgraciadamente la otra opción, que es el acuerdo entre grandes partidos, se antoja utópica. El tan celebrado fin del bipartidismo –y con razón– devino en una diversidad y pluralidad partidista tan deseada entonces como ineficiente ahora. Lo dijo Felipe González muy al comienzo de la diáspora del voto: “Vamos hacia un Parlamento italiano pero sin italianos que lo gestionen”. Tenía razón, pero España se ha italianizado a su manera y la máquina, aunque a duras penas, anda.
Desde la gran dimisión de Cs de su responsabilidad –histórica, sí– en 2019 cuando pudo formar gobierno de coalición con el PSOE vamos tratando de no caernos entre una sucesión de repeticiones electorales, desafectos crecientes, sumas improbables, pactos antinatura y coaliciones heterogéneas. A Rivera lo perdió la ambición: posiblemente esperaba que en una nueva convocatoria electoral se produjera el sorpasso de CS al PP. Cs cayó de 57 a 10 escaños. Igual aún no lo ha entendido.
Ahora le toca al PP decidir. Y es una decisión importante. O legitima definitivamente a Vox metiéndolo en las instituciones o sostiene aquel “hasta aquí hemos llegado” que le espetó Casado a Abascal durante la fallida moción de censura de octubre de 2020 que Vox presentó contra el gobierno de Pedro Sánchez aunque en realidad iba dirigida contra el PP.
Al margen de debates más o menos domésticos y pedestres, ya hay hechos como consecuencia de las decisiones de los ultras en Europa. Hungría y Polonia ya están perdiendo dinero por el retroceso de las libertades propiciado por sus gobiernos socavando los valores europeos. El Tribunal de la UE acaba de avalar la decisión de la UE de bloquearles los fondos dado que esa deriva autoritaria no garantiza su óptima gestión. La justicia europea ha venido a decirles que los principios democráticos que rigen la UE no son una coartada que se acepta para entrar en el club y después se orillan. Pues con Orban, el polaco Morawiecki, Marine Le Pen y otros dirigentes ultras similares de Italia, Bélgica, Rumanía y otra media docena de países estuvo reunido Abascal en Madrid hace solo unas semanas. Es eso lo que nos jugamos: que un partido que comparte esos valores empiece a decidir directamente sobre leyes, fondos, vidas y haciendas. La llave la tiene el PP: o abre esa puerta y se confunde definitivamente con el paisaje de la ultraderecha o se mantiene en su posición de partido de centro derecha homologable y de referencia.
Justo cuando el PP – el otro partido de Gobierno– tiene que decidir sobre esta cuestión que nos afecta a todos ha emprendido una autodestrucción imparable. Como niños jugando a cosas de mayores, Casado/García Egea y Ayuso han colocado dinamita debajo de sus siglas. Tras Villarejo, la policía patriótica y otros episodios de la crónica negra genovesa y de la Puerta del Sol, el PP vuelve donde solía: a los detectives y las conspiraciones para liquidar a los rivales internos. Los argumentos que avivan las llamas son relevantes: si en otras instituciones el hermano de un presidente se hace con un contrato por adjudicación directa y se lleva 288.000 euros de comisión (o 55.000 más otros contratos por aclarar y conocer), al susodicho presidente le sacan la piel a tiras. Ayuso en cualquier caso sale muy mal de este envite tan propio de los negocietes del PP y allegados en Madrid. Un asunto, que según nos han confesado, conocían varios medios, que decidieron callar porque no tenían pruebas. Y es cierto, ya puede espabilarse Génova en presentar papeles. Pero movería a la risa lo de esos medios si no llevaran media vida publicando informaciones sin contrastar. Selectivo criterio, finísimo.
Pero esto, pese a todo, es menor. El daño profundo que está haciéndose el PP es que se está inhabilitando en vivo y en directo como alternativa de Gobierno. Y esa es una pésima noticia para España. A Casado le perdieron el respeto interno hace mucho tiempo. Ha manejado lo del PP de Madrid con impericia y Ayuso no ha perdido una oportunidad para socavar su autoridad y sus expectativas, que a estas alturas está por los suelos. El cachorrismo aguirrista ha salido defectuoso. Generación fallida. Madrid sigue siendo un agujero negro para la organización nacional, con su neoliberalismo permeado hasta la médula, sus transfuguismos oportunos cuando van a perder la presidencia y sus corrupciones extendidas en los años, tanto que acabaron con los tres ex presidentes (Esperanza Aguirre, Ignacio González y Cristina Cifuentes) imputados en algún momento y alguno hasta seis meses entre rejas. Está por ver el final del disparate, toda vez que no se descarta la expulsión de Ayuso del PP. Muchos de sus tifosis de cabecera le piden ya a la presidenta que encabece un nuevo partido liberal. Aunque es dudoso que más allá de Madrid –que le paga un bonus track por su desinhibición liberal/ultraconservadora/cañí– tenga éxito, sobre todo porque su perfil encaja mal en muchas autonomías más templadas y además porque se rozaría con Vox desviando votos hacia Abascal, quien, está administrando este lance con inteligencia, sin violentar a los votantes del PP y ofreciendo una imagen, paradójicamente, más fiable que los líderes populares. Si Pedro Sánchez tuviera al PSOE más centrado, en estos momentos se merendaba el espectro electoral desde el centro al centro izquierda. Pero quien de momento anda descorchando champagne es Abascal.
Pero al margen de la crónica de sucesos del PP, uno de los problemas que tenemos como sociedad es que hemos limitado las discusiones éticas al estricto marco legal. Se impone lo que puede hacerse no lo que se debe hacer. Y así hemos ido llegando hasta aquí. Casado ha dicho esta semana que más allá de la legalidad está “la ejemplaridad” de Ayuso y el contrato de su hermano. Tiene tanta razón que extraña que no hayan caído hasta ahora. Por ejemplo: un juez absolvió al PP por destruir los discos duros de la sede de Génova, que habían sido borrados 35 veces antes de ser entregados a la justicia. Fue legal pero no parece ejemplar. ¿Verdad?
En un Estado compulsivamente defensivo, en el que toda la arquitectura legal parece concebida para protegerse del ciudadano, hay más leyes, normas y reglamentos que reflexión. Pero las sociedades necesitan pensar para progresar y decidir con criterios éticos no solo legales. Este es uno de esos momentos. ¿Es legítimo aislar a una formación política en los pactos? Es una opción que a veces procede en defensa de unos valores, casi en defensa propia. El problema es que Vox nace en 2013 fundado en su mayoría por ex dirigentes o ex militantes del PP –especialmente del entorno de Aznar y FAES– y hay un sustrato ideológico en el que ambas formaciones coinciden y, por ende, muchos de sus militantes y votantes.
La crisis catalana fue el catalizador definitivo para que Vox encontrase su espacio, que hasta entonces estuvo copado por un PP que aglutinaba a toda la derecha, desde el centro hasta la más radical. Ambas formaciones han participado juntas en actos en defensa de una forma de entender la unidad de España, suman sus votos en muchas votaciones de política general, tanto en el Congreso como en las comunidades autónomas; y han mantenido posiciones similares respecto a la Lomce o la aplicación del 155 en Cataluña, por ejemplo. Hay otros muchos asuntos, obviamente, en los que difieren, pero esas líneas que se cruzan dificultan ideológicamente y tácticamente al PP el rechazo a Vox, sumado lógicamente, a la pérdida de expectativas de poder.
Es una buena noticia que Casado haya renunciado a gobernar con Vox. Veremos si se mantiene o es solo un movimiento táctico en los prolegómenos del calendario electoral a punto de desatarse en España, aunque ahora tiene otras cosillas urgentes que solucionar. En todo caso, cualquier pacto debería tener tan definidas las líneas rojas que haría imposible que Vox lo aceptara. Es posible que no pactar con Vox en Castilla y León le suponga al PP comprar un problema a futuro. Llámese Andalucía o el gobierno de la nación. Pero aliarse con Vox también le daría la campaña de las legislativas hechas a Pedro Sánchez e incluso un hipotético adelanto electoral. Abascal lo tiene difícil para dejar gobernar a la izquierda, aunque no se olvide que entre sus votantes hay una mayoría de personas desencantadas con el PP. A veces el ajuste de cuentas compensa y satisface más que la coherencia.
No parece que exista una alternativa a actuar como se hace en la mayoría de los países de nuestro entorno aunque no existen soluciones definitivas ni mágicas. Francia, Bélgica o Alemania han logrado aislar –el cordon sanitaire– a la extrema derecha pero no han logrado evitar que muchas de sus ideas se instalen entre los ciudadanos. No hay una sola receta y ninguna parece concluyente. Merkel fue radical y no quiso ni verlos mientras Sarkozy los rechazaba pero a la vez hacía suyas muchas de sus propuestas antiinmigración.
Cierto es que en sentido contrario, en Austria (con el FPÖ), Holanda (con el Partido por la Libertad) o Finlandia (con el Partido de los Finlandeses) gobernaron con partidos de ultraderecha que propugnan un nacionalismo étnico.
El riesgo de poner a todo el sistema contra estos partidos es dejarlos como única voz anti establishment. A la vez que se cometen errores de bulto como confrontar en el territorio de los excesos verbales, aceptar sus guerras culturales y algunas propuestas (como hace el PP) o no dar respuestas contundentes y convincentes (como hace el PSOE) a los asuntos en los que la izquierda naufraga hace años: la identidad nacional o los fenómenos migratorios.
El asunto es que los populismos no van a desaparecer. A este paso igual desaparece antes el PP. La clase política cotiza a la baja. El descrédito de las instituciones, la corrupción, la crisis del sistema y de la democracia liberal, el cuestionamiento de instituciones como la Monarquía, las expectativas frustradas para toda una generación o desafíos como la inmigración seguirán cebando estas patologías políticas. Así que mas vale que vayamos sabiendo qué hacer con ellas. Aunque antes el PP debería saber que tiene que hacer consigo mismo.
Alemania, ese ejemplo
Alemania es ese país que fabrica de todo y además nos da lecciones políticas con mucha frecuencia. El socialdemócrata Frank Walter Steinmeier ha sido reelegido para su segundo mandato de cinco años como presidente del país. Obtuvo 1.045 votos de 1.475 totales. Entre ellos, los de su partido, el SPD, y los dos socios de coalición (los Verdes y el Partido Liberal), pero también los de los conservadores de la CDS y los bávaros de la CSU. Se le considera un presidente apartidista y equilibrado, el hombre que necesita Alemania en estos momentos. ¿De verdad PSOE y PP no pueden pactar la renovación del CGJP?
Diez años vendiendo más que compramos
El ruido oculta las buenas noticias: España encadena una década con una balanza comercial positiva. Es decir, hace diez años vendemos en el exterior más de lo que compramos. En concreto, en 2021 la cifra superó los 300.000 millones de euros, con un saldo positivo de casi 20.000 millones. Ni siquiera la pandemia ni el bloqueo de mercancías ha frenado la tendencia. Destaca el crecimiento de bienes no energéticos, entre ellos la ingeniería y el turismo. Por cierto, alguien debería ponderar alguna vez la calidad de la ingeniería española y su importancia estratégica en el exterior. Solo en los años ochenta y principios de los noventa, cuando se devaluaba la peseta ofreciendo interesantes oportunidades de compra, se alcanzaron saldos similares. Este superávit no solo es una fuente de financiación estratégica sino que habla del potencial económico de un país.
El género y la policía
En las oposiciones a la escala básica de la Policía Nacional se introdujo una pregunta que tiene su miga: se pedía a los aspirantes que partiendo de la definición de “género no binario o genderqueer” identificaran las modalidades posibles para expresar su género. Entre ellas se sugerían agénero, bígenero, tercer sexo, transgénero, género fluido, genero binario, segundo sexo y transfóbico. Este no es un tema para tomar a broma, pero se entiende menos en unas oposiciones para policías, cuya actuación básicamente debe regirse por la igualdad ante cualquier ciudadano. ¿Qué mas da el género o su definición? Y dicho sea de paso, dudo que esa pregunta pueda responderla correctamente hoy ni el 0,1% de los españoles.
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