Visto y Oído
Francisco Andrés Gallardo
Voces
EL sector financiero español vuelve a pasar por cierta convulsión tras el anuncio primero de oferta amistosa del BBVA sobre el Banco Sabadell de finales de abril y la posterior opa hostil del primero sobre el segundo que se conoció unos días más tarde. Además, el BBVA solicitó la semana pasada la autorización de la operación en la CNMV. Este movimiento corporativo está captando la atención de analistas y medios de comunicación por su trascendencia y por las repercusiones que puede tener para el futuro del sector financiero español y europeo. El proceso de consolidación del sistema bancario español iniciado hace más de 30 años sigue quemando etapas.
Estamos ya muy lejos de aquellos bajos niveles de concentración de los años 90 donde además existía una mayor diversidad, con las cajas de ahorros representando la mitad de la cuota de mercado en el negocio bancario tradicional. En la actualidad se ha alcanzado un grado de concentración por encima de la media europea, y es el más elevado entre los grandes países del euro. Es la concentración precisamente uno de los “peros” que algunas voces han puesto a la operación BBVA-Sabadell. La Comisión Nacional de Mercados y Competencia (CMNV) es la encargada de supervisar el nivel de concentración en este y otros sectores, y habrá que esperar a su opinión al respecto.
Parece oportuno ponerle contexto a esta operación en un momento en el que el sector financiero en nuestro país ha vuelto a recuperar una rentabilidad comparativamente elevada respecto a la última década. Se ha notado en las valoraciones bursátiles de las principales entidades financieras cotizadas. Es una coyuntura de estabilidad y de falta de problemas explícitos tras la pesadilla de 2008-2013. La mayor parte de los procesos de fusión y adquisición desde 2008 se habían producido para “resolver problemas”, o sea para integrar entidades con debilidades en otras más sólidas. Además, en algunos casos, necesitaron recursos públicos para reforzar el capital de las entidades tras las voluminosas pérdidas. Eso sí, todas estas operaciones corporativas vinieron acompañadas de una reducción notable de la abultada capacidad operativa (sobre todo, oficinas y empleados) que había alcanzado el sector. El “rescate” de algunas instituciones trajo clausulas obligatorias de reducción de sus negocios y capacidad.
No obstante, todo el sector –incluso el que no necesitó recursos públicos para su recapitalización– aprovechó esa coyuntura de tanta tensión en los mercados para acometer programas de reforzamiento de la eficiencia, con cierres de sucursales y reducción del factor trabajo. Asimismo, la última década también ha evidenciado el aumento de los niveles de solvencia del conjunto de la banca española que, aunque se encuentra entre los que presentan menores coeficientes de capital CET1 (que recogen el capital de mayor calidad, acciones ordinarias y reservas, principalmente) algo por debajo de buena parte de los países europeos. Aun así, se cumple con amplitud los requisitos marcados por el BCE. Esta situación cómoda de solvencia y rentabilidad parece explicar que recientemente el Banco de España haya decidido activar el colchón anticíclico de solvencia y llevarlo al 1% (hasta ahora no se había activado y era del 0%), que obligará a las entidades a tenerlo en su balance en octubre de 2026. Parece manejable para los bancos de nuestro país, precisamente por esa cierta situación de confort de su rentabilidad.
Se habla también mucho de que tendría mucho más sentido una integración entre bancos de distinto país, transfronteriza. No termina de cuajar en la UE, por muchos parabienes que reciba la idea por parte del BCE y otras autoridades europeas. Tras décadas impulsando “campeones” nacionales de carácter doméstico en diferentes sectores de actividad, sería muy conveniente comenzar a avanzar en la creación de verdaderos “campeones europeos” que aprovechen la escala de un mercado continental, de modo similar a como, por ejemplo, hacen los grandes bancos y BigTech en Estados Unidos. Tendría su lógica además porque estos bancos “paneuropeos” estarían en mejores condiciones para los retos competitivos y tecnológicos que se vienen encima, en particular el desarrollo y aplicación de la Inteligencia Artificial. Hacen falta voluminosas inversiones en los próximos años donde la dimensión –aunque no únicamente– puede jugar claramente con ventaja. Sin embargo, en la práctica, la falta de completitud de la Unión Bancaria Europea –queda pendiente un esquema unificado de garantía de seguros– y no contar con una Unión de Mercado de Capitales, así como las resistencias nacionales (aún existentes en 2024) a estas operaciones corporativas, sobre todo si la entidad que lo lidera no es la del propio país, están dificultando enormemente que acontezcan. Se habla mucho de la conveniencia de las fusiones transfronterizas, pero o el proyecto europeo continúa dando pasos adelante o aún tardarán en ocurrir.
Como la vía transfronteriza no lo pone fácil, las operaciones corporativas nacionales seguirán teniendo sentido y jugando un papel relevante cuando se deseen alcanzar las ventajas de escala, ahora muy significativas, en el ámbito tecnológico. Es cierto que la fusión BBVA y Sabadell sería complementaria también a escala internacional por los diferentes mercados y divisas en los que operan ambos bancos, que ya tienen una vocación internacional, aunque es el atractivo negocio en euros el que más se reforzaría. Independiente de lo que acontezca en el ámbito financiero de la opa, decisión soberana de entidades y accionistas, un asunto de gran interés será poner en la balanza las ventajas internacionales y tecnológicas de una operación como esta y los posibles efectos negativos domésticos sobre la competencia. Sin olvidar que es sector que ha tenido que concentrarse en el pasado tanto para resolver vulnerabilidades como para aumentar su competitividad y en el que probablemente no se cierre con este capítulo las fusiones y adquisiciones.
También te puede interesar