Visto y Oído
Francisco Andrés Gallardo
Voces
Tribuna Económica
La Fundación Corresponsables presenta varias empresas que cada una a su manera intenta mostrar responsabilidad social; la más frecuente es con el medioambiente (Alcampo, Paradores, Eroski) y circularidad (Essity), así como facilitar la vida a sus clientes, con productos seguros y sanos, o eficientes (Hewlett Packard), mejorar la salud por la innovación (Pfizer), o el impulso a la inclusión e igualdad, que también se menciona (Nationale-Nederlanden). Es sólo una muestra al azar, de empresas que incorporan ideas ya clásicas, pues el Pacto Global de Naciones Unidas es de 1999, y las conferencias frente al cambio climático se iniciaron hace treinta años. Más recientes son los Objetivos de Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible (ODS), los criterios ASG (medio ambiente, responsabilidad social y buen gobierno) en los informes no financieros, y el Plan de Acción de Finanzas Sostenibles de la Unión Europea. Esta amalgama de iniciativas, ideas e intenciones se recogen también por las confederaciones empresariales, y consultores que llevan a la empresa la idea de que está mejor gestionada si con buenas prácticas reduce el riesgo de catástrofes evitables, multas, problemas con Hacienda, laborales, o perjuicios a la marca, e incluso puede vender mejor sus productos.
Durante un tiempo he visto con escepticismo la forma confusa y poco sistemática con que se enfoca la responsabilidad social, que en ocasiones es sólo una actitud caritativa o de buena voluntad, pero ahora pienso que quizás es buena esta sensibilidad que se extiende mediante pequeñas acciones y actividades, aunque sean improvisadas y no formen parte de un propósito bien definido en la empresa. El Covid ha avivado sentimientos negativos, críticas espurias y reproches, pero también en la empresa pensamiento solidario ante la adversidad. A diferencia de la oposición política, media e instituciones que miran atrás, a lo que se hizo o dejó de hacer, o lo que fue en otra realidad, las asociaciones empresariales españolas han entendido -en un pensamiento que sintetiza muy bien el grupo Lombard Odier- que ha cambiado nuestra vida, economía y el medio en que se trabaja, y que la empresa evoluciona hacia una economía moderna: circular, inclusiva, limpia y flexible, con el propósito no ya de adaptarse para sobrevivir, sino encontrar un nuevo camino de progreso.
El librero de Jaén Juan Miguel Maza me envía El Sufismo, de William Stoddart, en una preciosa edición de Olañeta de hace veinte años, donde el autor muestra su irritación por la moda del misticismo como filosofía y forma de vida en sus aspectos llamativos y agradables, buscando satisfacer necesidades espirituales, pero fuera del contexto de las religiones en las que nacieron -en el caso del sufismo en la islámica, la tercera de origen semítico tras el judaísmo y el cristianismo-. Y de la misma manera que sin duda el misticismo de cada religión sólo puede entenderse en la totalidad de esa religión, aun con su evolución y circunstancias, la responsabilidad social de la empresa, si se toma partido por ella, no debería ser una mística añadida, sino arraigada en la tradición creativa innovadora del empresario, y plenamente integrada en el propósito de la nueva empresa.
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