Visto y Oído
SoniaSonia
En Sevilla, la primavera amanece primero dentro de cada cual. Un día sentimos una luz más cálida, adolescente, como ruborizada, y ya entonces notamos otro cielo, otros colores, otra brisa. Pero es una de las artimañas de esta niña a la que consentimos todo y cantamos mientras se la espera. Quizás por eso sea tan caprichosa, y lo mismo regala con sus ojazos una mañana azul única, que una tormenta nubla su carácter y del berrinche nos deja sin cofradías… Ay, la lluvia.
La Semana Santa que tanto amamos se ha fraguado también en esas decepciones, tragedias infantiles los días en que el agua truncaba el sueño de todo un año de impaciencia. El niño, pegado al cristal frente a la tarde gris, no comprendía cómo tenía que llover, precisamente hoy, y suspenderse las cofradías, cuando todo estaba preparado -¡un año!- para ir a verlas. Quizás se podría buscar el placebo de una iglesia abierta con los pasos preparados. Las imágenes parecían también contrariadas, las flores más apagadas, la cera más fría. Dicen que saboreamos mejor las vísperas. No sé, lo que sí creo es que somos hijos de las Semanas Santas en casa, aprendiendo a renunciar sin alharacas, a regresar demasiado pronto con la túnica mojada sin haber podido salir, a llevar la frustración sin estridencias y a hacerle sitio a la añoranza. Mustios como los pasos en la iglesia, nublados como la ciudad, pero agarrados ya a la víspera de un año que empezaba a descontarse esa misma tarde. (Esto, sin olvidar que, hace ahora tres años, no nos podíamos imaginar lo que íbamos a vivir, ni lo que íbamos a dejar de vivir).
Así también crecimos, a la intemperie tras pasar un día, dos, todos, sin Semana Santa, ya solo soñándola, con el programa sin estrenar y la lluvia fotografiada en la portada del periódico encima de la camilla. Experiencia que nos marcó como esa cicatriz encima de la ceja de aquella caída en el colegio, y que nos sigue haciendo vivir con más intensidad cada vez que se produce el milagro y sí salen las Cofradías.
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