Visto y Oído
Francisco Andrés Gallardo
Broncano
Las noticias se agolpan y unas sepultan a otras. Abriendo informativos, el angustioso rescate de Julen, alternando con los desmanes de los taxistas en huelga no siempre pacifica en Madrid y Barcelona; y, para remate, Venezuela. Con ese tsunami informativo difícil es hablar de la importancia de Davos, por la reaparición de un presidente de Gobierno español tras nueve años de ausencia; o de la descomposición de Podemos, que amenaza alianzas para ayuntamientos y comunidades el 26 de mayo; de la convocatoria, por fin, de 1.400 plazas de investigadores, o de la última excentricidad de Puigdemont: denunciar a la Mesa del Parlament, o sea, a sus socios independentistas, ante el Tribunal Constitucional del que tanto renegó. Recuerden las risas del ex president, todavía en la Generalitat, mostrando divertido, enmarcadas, las comunicaciones del Tribunal Constitucional ante cualquier visitante. Un circo.
El año pasado, en la elitista reunión de Davos, Felipe VI trasladó un mensaje de confianza en España como país, golpeada por el procés. Este año, los asistentes a la reunión han descubierto que España tiene un presidente que habla inglés y francés y que es capaz de reunirse para buscar inversiones con los primeros ejecutivos de Microsoft, Arcelor Mittal, Booking, Facebook, Amazon Web Service, IBM y otros. Lo importante de Davos es lo que se cuece en los pasillos y en reuniones bilaterales. Pero apenas nada han dicho los medios españoles. Las escasas fotografías se concentraron en encuentros con presidentes latinoamericanos y europeos por Venezuela. Los acontecimientos en Caracas se viven en España como un asunto interno. Estamos más cerca que nunca del final del régimen de Maduro pero Rusia le compra petróleo y posición geoestratégica frente a Washington, a cambio de perdonar su abultada deuda externa.
La capacidad de los partidos políticos españoles para dividirse es proverbial. Hay dos almas en el PP, la de Casado "que es un Aznar rejuvenecido con lifting", según Alfonso Guerra, y la del centroderecha de Rajoy, en retirada; enfrente, un PSOE de Pedro Sánchez en ascenso, al menos mientras gobierne, y una vieja guardia que se reencarna en Susana Díaz, García Page y Lambán, como barones en relativa decadencia; vemos al independentismo catalán cada vez más fragmentado y sin horizonte; y encima implosiona el magma de Podemos, primero por la salida de Errejón, después por la súbita retirada de Espinar, que deja la organización madrileña descabezada, y, por último, por la petición a Iglesias de 11 líderes regionales de que acepte algún tipo de recomposición con Errejón.
Todo eso sucedía mientras Madrid y Barcelona estaban tomadas por legiones de taxistas enfurecidos, algunos lamentablemente violentos, contra los VTC. Las autoridades municipales, autonómicas y estatales se han pasado la patata caliente de unas a otras sin capacidad para resolverlo. En Londres y Berlín, capitales que compiten con Madrid por albergar la más influyente feria mundial del turismo, agradecen a los taxistas su intransigencia. Vale eso para el Mobile barcelonés.
De postre, Venezuela. Ocho días de gracia a Maduro para convocar elecciones y respuesta a Sánchez de que las convoque él en España, para delirio de la derecha local, madurista por unos minutos. El presidente encargado, Juan Guaidó, tiene cada vez más cerca la apertura de una transición política y ofrece amnistía a los militares y al propio Maduro. Hay esperanza.
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