La ventana
Luis Carlos Peris
La Navidad como pata de un trípode
Doble fondo
Dos no se pelean si uno no quiere y dos no dejarán nunca de pelear si entre golpe y golpe (de Estado dicen los unos; a la democracia los otros) siguen retroalimentando sus respectivas burbujas en un conflicto, el catalán, que va camino de la cronificación.
Ante la inminente aprobación de los indultos a los presos soberanistas, el ex vicepresidente de la Generalitat y líder de ERC, Oriol Junqueras, reconoce que esas medidas de gracia en ciernes son “gestos que pueden aliviar el conflicto, paliar el dolor de la represión y el sufrimiento de la sociedad catalana”, aunque insiste en que la única solución legítima es una amnistía que beneficie “al resto de las 3.000 personas que sufren causas judiciales”.
Y también se muestra contrario a volver a trágalas unilaterales y hace autocrítica sobre la Declaración Unilateral de Independencia de 2017: “Esta vía no fue entendida como plenamente legítima por una parte de la sociedad, también de la catalana”.
Esto segundo, el plegamiento a la legalidad, no es ninguna novedad y ERC, trasquilada y contrita tras el mazazo judicial, lo lleva defendiendo desde entonces poniendo las luces largas en su ansiado referéndum de autodeterminación a la escocesa, pactado con el Estado, mientras sus socios de Junts per Catalunya se aferran a una vía unilateral más muerta que viva por mucho que se empecine en la confrontación el ex president a la fuga Carles Puigdemont.
La gran novedad del mensaje de Junqueras estriba en que ya no le hace ascos a la figura del indulto y admite que esa arriesgada apuesta de Pedro Sánchez –que muchos ven como un hacer de la necesidad virtud, una claudicante argucia para ganar tiempo y mantenerse en el machito del poder dada su precaria mayoría en el Congreso de los Diputados– es “un gesto que alivia el conflicto”.
Pero la derecha no se cree nada, no percibe ningún avance, sólo ve humo. El PP recoge firmas como hizo contra el Estatut (en toda España salvo en la propia Cataluña, paradojas) y se concentrará de nuevo el próximo domingo con Vox (y los vestigios de Ciudadanos) en la plaza Colón, con la rojigualda por montera. Los escándalos de corrupción arrecian sobre el PP y toda cortina es buena para Pablo Casado, que no está dispuesto a permitir que el patriotismo y su remedo, el patrioterismo, queden exclusivamente en manos de Vox, con el que no quiere salir en la foto aunque sean socios y cómplices en el reparto de poder en decenas de ayuntamientos y alguna que otra comunidad.
Asistimos a un deleznable juego de patriotas en el que los unos, los independentistas, practican un victimismo soez y juegan a romper la Constitución. Como todos los que tienen la cara muy dura, tienen la mandíbula de cristal. Enfrente, otros patriotas de alto voltaje, los españolísimos, que con sus ataques a la identidad catalana no hacen sino que se expanda el virus secesionista.
Lo peor es que mas allá de las medidas de gracia que se gestan en Moncloa no hay nada. Sánchez carece de una propuesta sólida (conocida). Los indultos parecen una crema para calmar las irritaciones de la piel y procurar un inmediato bienestar a la sociedad catalana.
Pero el grano seguirá ahí, picando. PP y Vox repetirán una y mil veces lo de vendepatrias sin aportar solución alguna más allá del porrazo y las togas. Y Puigdemomt y sus miles de acólitos seguirán con su postureo de incomprendidos mártires.
Las dos patrioteras partes buscan básicamente la humillación del adversario en un alarde de antipolítica. Un poquito de si us plau...
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