Visto y Oído
SoniaSonia
El debate sobre las aplicaciones de la Inteligencia Artificial en la política se ha abierto en España de la mano de una fotografía falsa. El montaje de la foto de Pablo Iglesias junto a Yolanda Díaz caminando juntos, amistosamente, cogidos del brazo y sonriendo ha agitado la polémica. La fotografía en cuestión ha sido creada por United Unknown, un colectivo anónimo que hace lo que definen como “guerrilla visual” y se dedican a crear vídeos e imágenes satíricas como “arma de subversión masiva”. Llevan años generando imágenes imposibles y provocadoras. Pero, en realidad, la política se enfrenta con el uso de la inteligencia artificial a riesgos mayores que el de la parodia. Si fue Obama el que universalizó el uso del sentiment -una medición del estado de ánimo y opinión de los votantes mediante el procesamiento del lenguaje natural en redes sociales- fue Trump quien se enteró de mucho más que los encuestadores exprimiendo los perfiles psicográficos, que clasifican a las personas mediante parámetros psicológicos que les permite identificar cuáles son sus aspiraciones, actitudes ante determinados hechos, su voluntad de apoyar determinadas ideas o sus intereses reales.
Microsoft ha desarrollado el VALL-E, un sistema que permite imitar cualquier voz humana utilizando solo un audio real de tres segundos. Recurre al modelo lingüístico de códigos neuronales, lo que no solo permite reproducir la voz con exactitud sino que se atribuye la capacidad de preservar las emociones. Este sistema y otros similares se emplean con opacidad en muchas campañas para desincentivar el voto de los adversarios mediante el envío masivo de mensajes falsos con la voz del rival. Todo lo que ya ha venido y lo por venir es brutal y permite preguntarse en qué manos está el futuro de la democracia y con qué intereses. Estas guerrillas electorales basadas en la IA tienen como objeto enfangar el campo de juego político, desacreditar al rival y ganar posiciones para sus candidatos. Son prácticas ilegales, opacas y siniestras. Muy extendidas ya por medio planeta y sobre cuyo alcance en España posiblemente no tenemos aún conciencia de su uso y sus consecuencias.
Mientras que la Inteligencia Artificial avanza a todo trapo, en la realidad, ese lugar analógico donde se aterriza sin Chat GPT ni robots, la inteligencia natural se estanca. Yolanda Díaz y Sumar siguen sin tener un acuerdo con Pablo Iglesias y Podemos. No solo no hay aún atisbo de pacto sino que cada parte empieza a descontar las consecuencias del disenso. Es muy improbable que haya acuerdo antes de las municipales de mayo. Quizás alentados por unos malos resultados el 28-M podría reactivarse una negociación enfocada al consenso. La falta de un acuerdo global y el enrarecimiento de las relaciones en muchas coaliciones regionales puede dejar a la izquierda sin una parcela relevante de poder territorial. Por si llega lo peor, Podemos ya asume que puede ser culpado de la división de la izquierda y de un posible gobierno del PP con Vox para diciembre, aunque Yolanda Díaz tampoco escaparía incólume de ese escenario. Lo que ha planteado la vicepresidenta empezó siendo una plataforma social, donde todo y todos sumaran, y ha devenido claramente en una enmienda a la totalidad de Podemos. De ahí la dificultad para los encajes y los acuerdos.
Podemos no le va a regalar sus votos ni su poder conquistado a quienes le cuestionan pero le necesitan. Pero a la vez, Sumar y sus aliados no están montando una nueva izquierda para convertirla en un coto controlado por los de Iglesias y volver a hacer otro Podemos; e Iglesias no va a tolerar que la plataforma se quede su trabajo de años gratis et amore. Díaz representa una cara amable y pactista, una izquierda más esquinada que el PSOE pero que asusta menos que Podemos; Iglesias, Belarra y Montero son la ortodoxia desincentivadora e inflexible, el dogmatismo a hierro y fuego. Díaz quiere gestionar las discrepancias internas sin coleccionar cabezas en una vitrina -Errejón, Bescansa, Luis Alegre…- mientras que Iglesias no sabe hacer eso, básicamente porque es el proveedor oficial de cabezas. Por eso no debe estar en los planes de Iglesias entregar Podemos a una coalición liderada por las cabezas de la vitrina. Solo se desprenderá de ellas cuando llegue el taxidermista. ¿Tanto espadazo para resucitar y entregar su legado político a sus enemigos? Es que no tiene ni pies ni cabeza. Igual la jugada le sale mal de cualquier manera, pero no habrá sido con su colaboración desinteresada e ingenua.
Esas son las almas aparentes de dos izquierdas que si no pactan abrirán un reguero de restos para el PP y dejarán muchos cadáveres políticos por el camino.
Sea como sea, los votos de Sumar saldrán del PSOE, de Podemos y de la abstención. Y ahí es donde sigue la bola: en la suma cero o la posible resta del nuevo empeño político. Con la Ley electoral vigente, tres listas en la izquierda equivalen a un fracaso más que probable. Sumar dispone hoy de muchos apoyos atomizados de partidos y micropartidos de izquierda pero carece de infraestructura territorial y estructura orgánica. Tampoco se adivina cuál es exactamente la posición de fuerza negociadora de Yolanda Díaz, quien no tiene mucho para apretar más allá de una supuesta superioridad moral de una izquierda buena y amable contra una izquierda mala y antipática. Un juego de opuestos que igual le funciona electoralmente pero que está llamado al fracaso en las negociaciones previas, donde Podemos es perito en manejar las cinco palabras de las que Díaz no quiere ni oír hablar porque pierde: primarias, censos, listas, acuerdos y coalición. Si Podemos no entra en la operación a Díaz le va a costar incluso desplegar las alas. Si Díaz va sola Podemos mermará electoralmente y pechará con buena parte de la responsabilidad de la división de la izquierda. Por añadidura, los tres partidos nos regalarían una bonita campaña electoral plagada de vituperios tratando de arañar un lugar al sol de los votos.
Pedro Sánchez, que hoy mima a Yolanda Díaz, puede ser el gran beneficiado si las urnas le dejan una izquierda más bizcochable, con menos agresividad interna, mejor imagen externa, que traiga los votos necesarios y deje a un Podemos debilitado por absorción. Pero también puede ser Sánchez quien pague la factura más alta. Una posible derrota de la izquierda le regalará una Siberia política para muchos años y abrirá un debate enternecedor sobre responsabilidades, liderazgos y traiciones. Y Sánchez, como el Cordobés a su madre, o le habrá puesto un cortijo al PSOE o lo habrá vestido de luto.
El periodista y crítico de arquitectura Llàtzer Moix escribió un libro hermoso por esclarecedor y necesario. Queríamos un Calatrava (Anagrama), subtitulado Viajes arquitectónicos por la seducción y el repudio. En el libro indaga en la figura del arquitecto Santiago Calatrava y su significación en una sociedad que se creyó opulenta. Hablamos de la España del ladrillo y los excesos. Calatrava fue el emblema que utilizaron los poderes públicos y privados en una absurda manera de entender la visibilidad y el impacto, la notoriedad y el progreso, las prioridades políticas y el gasto público. El arquitecto pasó de ser el paradigma de la varita mágica que convertía todo en excelente y le daba dimensión global a lo que tocaba a ser considerado una especie de villano por las desviaciones presupuestarias de sus proyectos, sus demoras, por el coste inasumible del mantenimiento de sus obras o por sus excesos. El libro retrata perfectamente cómo en muchos casos aquellos infundados aires de grandeza se convirtieron en pesadilla. Edificios con sobrecostes que pedían cárcel, sin un programa definido de uso, desencajados en el paisaje y con la inconfesada intención de ocultar tras el mamotreto los problemas reales de la ciudad, tales como la pobreza, las deficientes infraestructuras o la contaminación, asuntillos menores mucho más difíciles de resolver que la construcción de un coloso carísimo, inútil e innecesario. El éxito del Guggenheim en Bilbao ha inducido muchos fracasos.
El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, ha decidido que quiere su calatrava. No un Calatrava, sino un símbolo: “Un gran icono para Madrid”. Almeida quiere que Madrid tenga su Eiffel, su Estatua de la Libertad, un Big-Ben, un Coliseo romano, una Casa de la Ópera como la de Sidney, su Plaza Roja (sin rojos, si puede ser) o un Redentor de 38 metros como el de Río de Janeiro. Da igual. Algo grandioso que por fin coloque a Madrid en el mapa y eleve a su alcalde a la cúspide de líderes globales. Su vicealcaldesa Villacís ya propuso aquello de construir la noria más grande del mundo. O sea, que son reincidentes.
Ya está lo suficientemente frío el cadáver de la crisis de 2008 como para que la sociedad vuelva ser tolerante con estos proyectos que se encargan para que hablen más de quien los encarga que del propio proyecto en sí. Hay tres posibilidades: que Almeida solo esté en clave electoral y haya encargado ya una maqueta -que acabará en el panteón de las maquetas muertas pero ilustres, después de mayo-; que de verdad se haya puesto napoleónico pensando en la posterioridad y esté urdiendo el espanto anunciado o que algún constructor avispado lo haya convencido de que un bicho gigante y portentoso de hormigón y acero es lo que conviene a los madrileños. La mejor hipótesis es que sea solo una ocurrencia electoral. Y la peor conjetura es que sea una suma de las dos opciones restantes: Napoléon + constructor. Y la peor pesadilla aparejada es algo tan madrileño como un río de comisiones corriendo Plaza Cibeles abajo.
El regidor madrileño se lamenta de que todo el mundo identifica a Nueva York con la estatura de la Libertad y a Los Ángeles con unas letras gigantes de un cartel donde pone Hollywood y que Madrid está huérfano de esas cosas tan chulas y que por lo tanto necesita un icono que haga a la ciudad más reconocible en todo el mundo. No puede ser más alicorta esta mirada, impropia de un alcalde que se sube al carro de los anhelos imperiales desdeñando el poderío de ciudad y mutilando sus potencialidades reales.
Almeida podría exponer un plan para que Madrid fuera reconocida en todo el mundo como la gran ciudad cultural que es y uno de los vértices del español en el mundo; como la puerta de entrada de América; como la gran ciudad de negocios del sur de Europa y uno de los enclaves gastronómicos y de ocio más potentes del mundo. Podría desarrollar un proyecto ambicioso y a largo plazo para que Madrid fuera reconocible y respetada como una ciudad sostenible, habitable, autosuficiente, integradora, con sistemas de reciclajes de vanguardia, energéticamente eficiente, accesible, solidaria con sus propios vecinos, inspiradora e inteligente. Esos son los rasgos que un alcalde del siglo XXI debería desear para su ciudad. Seguir pensando hoy en calatravas tiene más del brillibrilli de las camisas de Jesús Gil en la noche del Marbella Club con la Von Bismarck y Hohenlohe posando para el Hola que de un alcalde de la gran urbe que ya es Madrid.
Nueve fallas en nuestra democracia constitucional
Hasta nueve fallas graves en el sistema democrático detecta el Circulo cívico de opinión en su último informe, titulado El desbordamiento de nuestra democracia constitucional. Un informe muy pertinente que alerta sobre la necesidad de restaurar un equilibrio de oportunidades garantizado por la neutralidad de los órganos públicos: la administración del Estado, los tribunales ordinarios, la fiscalía, el TS, el TC, el CGPJ, el CNI, el INE, el Banco de España o los medios de comunicación. “El Gobierno no es el propietario del Estado y no puede ocuparlo para gestionarlo a su gusto (..) poniendo al frente [de esos órganos] a personas cuya fidelidad política se valora muy frecuentemente por encima de su competencia técnica y profesional”. El foro, integrado por personalidades de prestigio que van desde Victoria Camps, Adela Cortina, Fernando Vallespín o Muñoz Machado a Francesc de Carreras, López Burniol, José Antonio Zarzalejos o Fernando Becker, advierte que “se ha producido una profunda brecha de confianza en el espacio político” y reclama acuerdos entre los grandes partidos políticos así como la reversión “del clima actual de descalificación global del adversario”. Un informe muy interesante y cargado de razones compartibles contra prácticas que, desgraciadamente son una patología de todos los partidos cuando gobiernan.
El obregonazo y la fiscalía silente
Al margen del debate sobre la gestación subrogada, su legalidad y los aspectos éticos del caso de Ana Obregón y obviando el exótico rol de madre fáctica y abuela real, así como las demás rarezas que rodean al caso, a lo que no hay derecho es a que la criatura recién nacida esté desde el primer día bajo los focos, tanto nominal como físicamente. Se condena a esa niña a empezar una vida sin derecho al anonimato, a la discreción, y expuesta a que toda la humanidad conozca los pormenores de su historia y las consecuencias de las neuras de su abuela, que la ha metido en la industria del teatrillo del que vive; o que sepamos del enfado de su abuelo, que dice que estaba al margen de los planes de su ex mujer y su hijo fallecido de donar esperma para una gestación subrogada en diferido. Ya hemos visto en las revistas a la madre gestante, que ha dejado de ser anónima también para su hija, a la que no volverá a ver en su vida. Y conocemos incluso cuál va a ser el futuro de la niña cuando muera su abuela, quien se han encargado de contar que la “deja en buena situación” limitando la maternidad o la abuelidad a una cuestión de solvencia económica, parte de la cual se la debe a la venta en exclusiva del nacimiento de su nieta. Despachos de abogados especializados han abierto del debate sobre si Ana Obregón podrá inscribir a la niña -nacida en Miami- en el registro español o si hay fraude de ley por inscribirla como hija adoptiva siendo su nieta, pero nadie se pregunta cuántos derechos de la recién nacida se están conculcando y no precisamente los derechos registrales o administrativos. ¿La fiscalía de menores no tiene nada que decir? ¿No hay una situación de desamparo por desprotección moral? El Show de Truman a la española. Somos expertos en montar circos de tres pistas.
Una carrera diplomática más paritaria
El ministerio de Exteriores va a regular a través de un decreto cómo se va a organizar el escalafón y los nombramientos en la carrera diplomática con la idea de modernizar el cuerpo, integrado por unos mil funcionarios de carrera. El TS declaró nulo hace seis años en reglamento de la carrera diplomática al no haberse sido negociado con los sindicatos. Por un lado introduce elementos ajenos hasta ahora al cuerpo: cursos obligatorios para ascender en eles escalafón, evaluaciones por objetivos y cierta objetivación del desempeño. Sin embargo, el propio ministerio diluye su efecto al considerarlo solo orientativo para la toma de decisiones. La antigüedad y las calificaciones seguirán prevaleciendo para los ascensos. Para acceder a algún a de las embajadas más importantes (la ONU o Washington por ejemplo) se exigirán 20 años de antigüedad; para otras con menos relieve, 15 años. En cualquier caso, los gobiernos, como viene ocurriendo desde el comienzo de la democracia, podrá nombrar a personas ajenas a la carrera diplomática y Exteriores se reserva los denominado supuestos “de asterisco”, que son las plazas estratégicas y donde la componente política es la que más pesa en la designación de embajador. Otro elemento novedoso es la apuesta por la paridad, tanto en las embajadas como en el órgano que evalúa a los aspirantes a entrar en la carrera diplomática.
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