La ventana
Luis Carlos Peris
La Navidad como pata de un trípode
LLEGÓ el día que es más día que todos los demás del año. El día que añadiéndole el calificativo “Santo” lo distingue de los otros cincuenta y un martes del año. Marcado a fuego en nuestros corazones y en nuestra vida. Fecha ineludible, añorada todo un año, recordada toda la vida. Cita con nosotros mismos, con nuestra familia, con nuestra Hermandad. El ayer, el hoy y el mañana. El día que lo concita todo: recuerdo, ausencia, melancolía, alegría, tristeza, penitencia y alivio del alma; cumplir con uno mismo, con los hermanos, reencuentro. Ser uno solo y ser comunidad haciendo estación en Hermandad. Ser nazareno, costalero, acólito en el día más señalado para uno mismo.
El día de reencuentro anual con lo que somos y con los que fuimos; y el recuerdo de los que fueron, antes que nosotros. Nos están esperando. En ese Martes Santo eterno, donde no cabe la penitencia y sí la contemplación eterna de nuestros Titulares. Allí están, sonrientes y transidos de gloria: el mejor tramo, el más numeroso, el más alegre. El de aquellos que vienen junto a nuestro corazón en esta larga tarde que nos pasamos todo el año esperando. Son tantos… cada año la vida te va marcando las ausencias. Es el momento de hacernos uno con ellos y procesionar con devoción y fe, las mismas virtudes que nos unieron un día en la vida y que nos siguen uniendo a ellos más allá de la ausencia. Faltarán esas manos que te ponían la medalla, o que te signaban la cruz en la frente mientras te daban un beso musitando un “buena estación” que llevas clavado en el alma. Perdón, no faltan, están en el escalofrío que vuelve en ese preciso momento y su recuerdo nos hacer estar en comunión con quienes nos inculcaron esta bendita forma de vivir la fe.
Día de familia. De nervios de la víspera. De túnicas colgadas en cualquier rincón. De capirotes, medallas y esclavinas preparadas para el último momento. De vestirse juntos, porque juntos compartimos sentimiento y pertenencia; juntos construimos la fe, así nos lo enseñaron y así toca transmitirlo. Los tiempos son distintos pero la fe (no solo como creencia; también en el sentido amplio de fidelidad) sigue intacta. Familias que integran nóminas de hermandades y que son verdadero puntal en momentos difíciles. Agujas que marcan el norte, cuando éste se pierde, esencia de nuestras corporaciones vivida en las casas, hermandades domésticas, escuelas de cofrades. Familia de nazarenos.
Día de reencuentro contigo mismo. De sentir que cuentas ya más estaciones de penitencia de las que te quedan por hacer. De ir retrasando tu puesto en la cofradía, ocupando el dejado por aquellos que te enseñaron en su día la devoción y el cariño a tus Titulares. Cita íntima que nos reservamos cada año, a solas con uno, donde no hay otro juez que Dios mismo y tu cirio o cruz de testigo. Encuentro con Dios, con el mismo atuendo con el que compareceremos ante Él. Dicen que el sevillano es superficial, pero pocos lugares habrá en el mundo donde se lleve con tanta naturalidad, devoción y respeto, la que será la indumentaria definitiva para la vida eterna. Penitencia y trascendencia, conversión y fe. No importa la túnica que vistamos: ruan, tela; los de capa; los de cola; nazarenos, penitentes, acólitos y monaguillos. Costaleros y auxiliares. Es indiferente. ¿Qué nos une? El ritual, el momento único del año. Todos juntos, cada uno en su Hermandad, compartiendo la misma tarde, la misma ciudad y los mismos acontecimientos. Somos uno, ricos en unidad y diversidad, las distintas caras de un poliedro, cada una distinta a la otra y cada una necesaria para componer su figura. La fe es la argamasa de todo este conjunto. Profesamos lo mismo, con nuestros carismas propios y definidos: lo fundamental es lo que nos concita.
Ayer, hoy y mañana se encarnan en el momento de revestirse con la túnica. El día de revestirse (no disfrazarse, no es una impostura es una visión esencial de lo que somos). Somos nazarenos y nos revestimos de ello. Por eso la túnica es santa, por eso no frivolizamos con ella y no comprendemos que se pueda utilizar en vano, más allá de la estación de penitencia. Por eso la respetamos, honramos y llevamos con veneración.
Hoy es el día que más nazarenos procesionan por nuestra bendita ciudad. Reflejo de la pujanza y actualidad de nuestra fe y de nuestra forma de entenderla. Actualidad de una fiesta que se cuenta por siglos, en un día que apenas llega a la centuria, y que está más vivo que nunca. Hoy día la unidad de medida del día sigue siendo el nazareno, y así debe de seguir siendo. Miles de historias, miles de circunstancias, miles de actos de fe que no serían de otra forma, pero tienen su valor (salvo para los que tienen capacidad de medir la calidad de la fe de los demás). Benditos nazarenos. Si sobran nazarenos, sobramos todos. Buen Martes Santo. Feliz día de la Fe.
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