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Desde Gran Hotel, Tiempos de guerra o Velvet (uf, y la muy endeble Velvet Colección) hasta llegar a Fariña, vía caso Asunta, la productora Bambú ha dado varios pasos al frente para bruñir su creación de series, lo que también habrá contribuido, al recibir esas alas internacionales, Las chicas del cable en Netflix.
Podría parecer increíble que el mismo equipo de estas ficciones rosas de tramas reconocibles haya alcanzado el realismo crudo y costumbrismo duro de Fariña. La firma de Ramón Campos, el productor ejecutivo, queda realzada por esta propuesta de la que Antena 3 ha aprovechado el secuestro de la novela para adelantar un primer capitulo de una ficción prevista en principio para verla completa este otoño.
Aunque queden detalles por rematar, con un mercado internacional que se antoja propicio para esta historia, Fariña ha enseñado la patita de una ficción de peso, de excelente ambientación, interpretaciones creíbles, glocal y que está a la altura de las expectativas y de las exigencias.
Tomando el camino de Narcos, comparación inevitable, la historia de Sito Miñanco despliega un paisaje social apasionante, con una mafia galaica que bebe en sus expresiones de todas las películas y series del subgénero que tenemos en la memoria. Todo ello con marcado acento gallego, que subraya de manera fosforescente el perfil local de una historia universal. Javier Rey, de papeles dulzones, crece en este rol de capo surgido desde los tormentosos caños de las rías, junto a otros paisanos como Antonio Durán Morris, que aprovecha la trayectoria de tantos años en la ficción autonómica.
Sólo una productora gallega como Bambú era capaz de dar el tipo y el tono a Fariña. Una serie para centrarse en ella al margen de las vicisitudes del texto original de Nacho Carretero. Todavía habrá series españolas de niños y abuelos castizos pero ya es imprescindible, como ésta de Atresmedia, montar ficciones maduras para mostrar e interesar al resto del planeta.
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