Visto y Oído
SoniaSonia
Dos días han transcurrido ya de Cuaresma, el tiempo de la espera. Antes ha sido anhelar; ahora, ya solo aguardar. Lección de la vida, que educa en cultivar la paciencia, tan rara hoy, dominados por la inmediatez y el dedo en la pantalla del móvil. “Ya falta menos”, decimos estos días. ¿Para qué? Para la Extraordinaria Salida ¿Cuál? La natural, la más hermosa, la que llega cada año en su día de siempre. No hay salida más extraordinaria que la de cada cual en su cofradía. El reencuentro cada año con la túnica, con uno mismo, los titulares, la memoria de los nuestros y la identidad corporativa compartida.
La pandemia debería habernos dejado esta enseñanza bien grabada, porque nos quitó dos y a otros, todas. Quizás hasta entonces recibíamos cada nueva Semana Santa con ilusión, sí, pero también con cierta rutina (siempre llegaba, nunca pasaba nada). Nuestras generaciones no han sufrido la guerra, ni graves penurias económicas que impidieran organizar las estaciones de penitencia. Salvo por lluvia o algún imprevisto personal, salíamos siempre e íbamos todos los días a ver las cofradías. Hasta que en 2020 llegó el Covid y nos enseñó, por perdido, el valor extraordinario que tenía poder salir en nuestra cofradía y disfrutar de la Semana Santa. Y la rotunda importancia de que las cofradías salgan a la calle, porque no era en absoluto indiferente si lo hacían o no. En aquel tiempo aprendimos lo que era verdaderamente extraordinario, lo que supone respetar los tiempos, educar la impaciencia y el valor que tiene saber esperar a que llegue el día de la salida, la que es realmente extraordinaria. Aprendido o recordado su sentido, quizás se pueda apreciar mejor cuándo estamos realmente ante lo que se denominaría una salida extraordinaria, o ante una forzadamente extraordinaria, o incluso desmesuradamente extraordinaria. Esto ocurre cuando “extraordinario” se vuelve sinónimo de extemporáneo, consiguiendo, por hartazgo, el objetivo contrario a su posible propósito inicial.
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