La ventana
Luis Carlos Peris
La Navidad como pata de un trípode
Alo largo de la historia, las orquestas, los coros y las bandas de música han ido aumentando su número de componentes, entre otras cuestiones, porque paulatinamente los teatros o espectáculos en los que han de participar han ido siendo mayores. Aparte de la evolución estética que ha ido requiriendo cambios en la formaciones, no se puede negar que no es lo mismo que una orquesta tenga que actuar en un teatro para 300 personas que en un teatro para 3.000. Por eso un saetero prefiere cantar en una calle o plaza medianita antes que en un lugar abierto donde su voz se pierda. Por eso tiene más encanto oír una capilla musical en una calle estrecha antes que en una amplia avenida.
Pero hay otro cambio pendiente. En la Semana Santa se les exige a las bandas que toquen más y mejor que nunca. No paran de tocar con la presión de ser continuamente grabados y publicados en las redes sociales. Al mismo tiempo la cantidad de público es cada vez mayor y las procesiones cada vez son más largas. Las actuales bandas de música y de cornetas son las más grandes de nuestra historia. Pero no se resuelve el problema. Se pretende que los mismos 100 músicos estén durante todo el recorrido sin parar de tocar y eso es imposible en cofradías que están una eternidad en la calle. El único razonamiento para explicar que hagan posible lo imposible es la fe y afición de estos músicos. Pero como consecuencia de dichos excesos estas personas sufren lesiones que en algunos casos, como el de las distonías, llegan a inhabilitarles para volver a tocar su instrumento. Por ignorancia, son muchos los músicos aficionados que les tiembla el labio cuando tocan su corneta o que su mano se les vuelve "tonta" cuando cogen la baqueta de su tambor y no saben que son los primeros efectos de una distonía. Al igual que se regula que haya que ponerse un casco para montar en moto habrá que hacer algo para que no se explote a los músicos antes de que revienten.
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