La ventana
Luis Carlos Peris
La Navidad como pata de un trípode
Se dice que las hermandades son dique de contención frente al laicismo. Esa idea, cierta, es un lugar común, como cuando se nos resalta como manifestación cultural, o la matraca del valor turístico de las procesiones. Corremos el riesgo de creernos frases huecas que, a veces, se pronuncian de manera condescendiente, como si las hermandades y cofradías fueran solamente eso, un mero dique, incapaces de trascender a niveles pastorales o eclesiales más elevados.
Hay quien nos reduce a meros elementos costumbristas, carentes de autenticidad y sin capacidad de vivencia verdadera de una Fe madura. Nada más lejos de la realidad. Los cofrades asumimos que desde algunos sectores (muchos en la propia Iglesia) se piense eso de nosotros, pero no podemos, ni debemos asumirlo como algo inamovible. Seguramente estamos pagando muchos años de acción propia meramente conservadora, limitándonos a mantener a toda costa lo que somos, lo heredado, sin asumir que hay que evolucionar. A veces reiteramos comportamientos que consideramos sagrados y que, en ocasiones, no tienen más que unas pocas décadas de existencia. Quizá tengamos que salir de nuestro cómodo lugar y avanzar en una nueva búsqueda de lo que seremos, y no tanto empeñarse en celebrar lo que fuimos. Nos dedicamos a hacer, más que, realmente, a evangelizar.
¿Revisamos realmente los objetivos pastorales de nuestras, cada vez, más numerosas salidas? ¿Tienen sentido realmente todas? Somos dique y también esencia de la religiosidad. Quizá haga falta (empezando por nosotros mismos) una catequesis que coloque en su verdadera dimensión el valor de la religiosidad popular, para que deje de ser la hermana pequeña o de menor categoría en los modos de vivir la Fe. Los diques terminan superados por nuevas formas de defensa, que los convierten en obsoletos. Preciosas y costumbristas piezas de museo, reflejo de un pasado que fue, pero muertas. Cuidado.
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