La ventana
Luis Carlos Peris
El nepotismo se convierte en universal
La Ley 39/2006, de 14 de diciembre, de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de dependencia define en su artículo 2.5 los cuidados informales como “la atención prestada a las personas en situación de dependencia en su domicilio, por personas de la familia o de su entorno, no vinculadas a un servicio de atención profesionalizada”.
De esta forma, el cuidador informal es aquella persona que realiza la labor del cuidado de una persona cercana con discapacidad para alguna de las seis actividades básicas de la vida: cocinar, ducharse/bañarse, acostarse/levantarse, vestirse, ir a la compra, comer.
El cuidador informal carece del carácter de profesionalización, difiriendo de las condiciones de los cuidadores formales o profesionales. No cuenta con una formación específica previa en dicho ámbito, no reciben remuneración económica procedente de un contrato de trabajo ni son beneficiarios de las garantías laborales que éste les ofrecería. Tampoco tienen un horario estipulado, dedicando la mayor parte de su tiempo a la tarea del cuidado de su familiar o allegado.
El cuidado principal de la persona dependiente recae en la familia, y en el 85% de los casos, en las mujeres.
En las sociedades mediterráneas como la nuestra, conocidas como modelo de bienestar familiarista, la protección y el cuidado principal de la persona dependiente recaen en la familia, y en especial como cuidadoras principales, en el 85% de los casos, en las mujeres.
Cuando nos referimos a mayores dependientes que necesitan cuidados, surge con alta prevalencia la enfermedad de Alzheimer, mostrando su íntima relación con el envejecimiento poblacional. En uno de cada cuatro hogares españoles hay una persona que padece la enfermedad, afectando a más de 1 millón de familias españolas.
El perfil de persona cuidadora en España, y que corresponde con la cuidadora de una persona afectada por Alzheimer, es una mujer de alrededor 52 años de edad; conviviente con el paciente en alto porcentaje, sobre todo en fases avanzadas de la enfermedad; en el 43% de los casos hija, en un 22% esposa y en un 7.5% nuera de la persona afectada; hasta en el 77.2% realiza su labor como cuidadora permanente; dedica ocho horas o más al día al cuidado además de asistir a otros miembros de la familia; lleva más de tres años cuidando a su familiar; con estudios primarios aunque se evidencia un creciente porcentaje de cuidadores que han completado sus estudios superiores y que abandonó su actividad profesional en más de un 30% de los casos para ocuparse del cuidado por lo que no cuenta con otra ocupación remunerada normalmente.
Muchas de estas cuidadoras corresponden con la última generación de mujeres no activas en el mercado laboral, de aquí que la entrada masiva de la mujer en el mercado laboral conllevará necesariamente cambios en esta tendencia implicando a un mayor número de cuidadores masculinos.
En casi todos los grupos de edad hay muchas más mujeres que hombres cuidadores, y las diferencias de género son particularmente acusadas entre los 45 y los 65 años.
No obstante, con la edad se van acortando estas diferencias. Según un informe del 2016 de la Confederación Española de Alzheimer (CEAFA), cada vez es mayor el número de hombres que asumen esta condición de cuidador familiar (más del 24%), correspondiendo generalmente con los cónyuges, de edad avanzada, que cuidan de sus esposas con Alzheimer.
Los cambios sociales y demográficos de las últimas décadas plantean nuevos retos para las familias y los servicios públicos. Hoy en día se evidencia un mayor porcentaje de personas de edad avanzada que viven en hogares de dos personas, frente a los hogares con miembros de distintas generaciones de décadas pasadas. De hecho, son el tipo de hogar más frecuente en este rango de edad y que más ha crecido en los últimos tiempos, viviendo en pareja el 42% de los mayores. Esta tendencia actual no debería ser ajena ni a las familias ni a los servicios públicos.
Aquellos hogares en los que viven dos personas mayores y una de ellas es dependiente, se enfrentan a unas necesidades específicas de protección y cuidado, no solo de la persona dependiente, sino también del cónyuge que se encarga de su cuidado. Cuando la responsabilidad de cuidar recae plenamente en la figura de un cuidador principal de edad avanzada, que puede tener ya mermados su estado físico y emocional así como sus relaciones sociales, esta labor y responsabilidad puede ocasionarle un alto nivel de estrés, sobrecarga y aislamiento.
Se suma que los mayores que viven en pareja suelen recurrir menos a los servicios públicos y los servicios públicos suelen priorizar las necesidades de las personas mayores que viven solas. En estas ocasiones, es primordial para el cuidador principal pedir apoyo y hacer visible para los demás la realidad que está viviendo y sus necesidades, así como recibir la ayuda indispensable en el menor tiempo y con las mayores garantías posibles. La correcta atención y cuidado del cuidador en estas edades son de vital importancia, para permitirle su deseo de poder desempeñar sus labores de cuidado y no enfermar por ello.
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