Visto y Oído
Francisco Andrés Gallardo
Broncano
En estos días vivimos sensaciones sociales controvertidas, aislamiento de personas y nuevos comportamientos sociales, parón de la actividad económica y un desplome radical de los mercados bursátiles. Ante estos acontecimientos excepcionales, son numerosas las referencias que comparan la crisis de 2008 con el posible impacto que la expansión del coronavirus pueda ocasionar en la economía global. Incluso la máxima dirigente del BCE, después de volver a inyectar liquidez al sistema financiero, ha advertido que, si no tomamos medidas suficientes, podemos entrar en una crisis económica de parecida magnitud.
Lo cierto es que la expansión del Covid-19 se ha solapado con un período de cierta desaceleración económica que sin duda va a agravarse ante el estancamiento de la actividad económica que se está produciendo. El impacto en la cadena de suministros de muchas industrias, en el transporte aéreo, en el sector turístico, hoteles, restaurantes, eventos de ocio y reuniones profesionales, se está viendo agravado por las necesarias medidas de contención y aislamiento que está paralizando el consumo en las principales ciudades afectadas y es evidente que va a lastrar el débil ritmo de crecimiento económico. En paralelo, la repercusión de esta situación sobre los posibles resultados económicos de las empresas de estos sectores ha originado la venta masiva de acciones en los mercados bursátiles arrastrando inicialmente a sectores, como el financiero, que sería muy sensible ante un incremento generalizado de la morosidad y expandiéndose indiscriminadamente a todas las cotizaciones bursátiles.
Sin embargo, creo que, a pesar de las posibles similitudes de la situación actual con la crisis de 2008, la naturaleza de ambas crisis es muy diferente y la forma de ayudar a resolverla también debe serlo y no debemos confundir la causa con los efectos ni intentar atacar los efectos sin mitigar la causa.
La crisis de 2008 fue una crisis financiera. Las familias y las empresas estaban muy endeudadas, muy por encima de lo que podían asumir y cuando se produjeron los impagos, los bancos se encontraron en una situación de quiebra. Está crisis financiera pasó a ser una crisis económica cuando la actividad productiva y comercial se colapsó y el paro empezó a subir y terminó siendo una crisis social e ideológica que puso en duda los beneficios de la globalización para el mundo occidental y originó la aparición de políticas proteccionistas y el resurgir de concepciones ideológicas nacionalistas y antisistema. Entonces, la manera de salir de la crisis fue atacar el origen, primero con una potente inyección de liquidez y una acción clara para salvar el sistema financiero y después, durante unos años, con una política fiscal muy expansiva que incrementó notablemente el déficit público y la deuda del estado. En un par de años, países como Estados Unidos o Alemania habían recuperado su nivel de renta de los años anteriores a la crisis y, de inmediato, ajustaron con rapidez sus desequilibrios presupuestarios. Otros países, como España, que tenían un problema serio de falta de competitividad, tuvieron que hacer una devaluación real basada en moderación de salarios y precios que tardo mucho más tiempo en realizarse, elevó notablemente el paro y necesitó más de diez años para volver a su nivel de producción y renta de 2007.
La crisis actual es diferente. Es una crisis sanitaria que se está convirtiendo en una crisis económica y está desestabilizando los mercados financieros hundiendo las principales bolsas de valores del mundo. Las medidas de política fiscal y monetaria que se están sugiriendo podrían ayudar a superar la crisis económica y financiera, pero hasta que no se resuelva la crisis sanitaria no se originará un cambio en las expectativas de las familias y las empresas y la demanda no volverá a recuperarse. Así pues, las medidas de prevención de la epidemia y los posibles fármacos que ayuden a superar la enfermedad serán claves para aventurar el impacto económico y financiero de la actual crisis.
Cuando consigamos parar la expansión y después eliminar el peligro de contagio se generará una situación de seguridad que permitirá mejorar las expectativas de los agentes económicos, impulsar la demanda y aumentar la producción y el empleo. Por tanto la duración de la raíz del problema es clave para entender el impacto de esta crisis y sus efectos colaterales y no debemos pensar que, simplemente, realizando una política fiscal o monetaria expansivas vamos a volver al mundo de antes. Nos espera, pues, un escenario recesivo que puede alargarse en el tiempo y cuanto más lo haga más incidencia tendrá en la producción y en el empleo.
Además, aunque resolvamos la crisis sanitaria, es posible que no volvamos nunca al mundo de antes. La crisis de 2008 fue un revés al proceso de expansión de la globalización y originó una sociedad que demanda protección económica respecto al exterior. En la actualidad, esta crisis puede cuestionar la manera de vivir abierta y sin fronteras que ha predominado hasta ahora en nuestro comportamiento caracterizado por la movilidad de las personas y la deslocalización de los procesos productivos.
El cambio puede resultar ventajoso para unos y perjudicial para otros. Es posible que el sector productivo sacrifique los bajos costes de producción de los países emergentes ante la situación de dependencia demostrada y opte por evitar la deslocalización y concentrar las cadenas de fabricación y montaje en los países de las empresas matrices. Pero, también es posible que los flujos comerciales se resientan y que un sector tan estratégico para la economía española como es el turismo se vea resentido notablemente, principalmente por la falta de turistas asiáticos y del turismo de personas mayores, tan sensibles a esta epidemia.
Tenemos pues ante nosotros un escenario no previsto en el que vamos tomando medidas, un tanto a ciegas, para mitigar los efectos de esta crisis. Y debemos tener en cuenta que hasta que no demostremos a la población que hemos podido controlar y mitigar la epidemia no volverá la confianza a los consumidores y a los empresarios y, sólo entonces, la economía podrá recuperarse. En el tiempo que tardemos en recuperar esta confianza está la clave para saber si esta crisis es similar a la crisis financiera anterior o, simplemente, un acontecimiento coyuntural que recordaremos como otras tantas epidemias sanitarias que hemos superado.
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