Salud sin fronteras
La IA y la humanización
"Campanas de Santa Clara,/nadie pudo todavía/separarme de mi infancia". (Rafael Montesinos).
Como al poeta, a muchos niños de San Lorenzo, el convento de Santa Clara nos trae recuerdos de la infancia. En mi caso vienen unidos a los años en que acompañaba a mi padre en la procesión de impedidos de la parroquia. Llegando a los, para mí, lejanos límites de la feligresía, descubría un mundo desconocido como el que entonces suponía la entrada en los corrales de vecinos de San Vicente (la Casa Grande), de Teodosio y de Lumbreras, adornados con sus colchas en las galerías y entre un respetuoso silencio. Pero la mayor sorpresa me esperaba tras la pequeña portada conventual de Santa Clara: inesperadamente, entre nubes de incienso y repique de campanas, aparecía un espacio íntimo, sorprendente (¡una plaza dentro de una casa!), con altos naranjos cuyas copas apenas dejaban pasar el sol y los talleres artesanos (carpinteros, doradores, tallistas) que le daban vida. No se me olvidará.
Cuando hace veinte años, vacío ya el convento, volví al compás para iniciar los trabajos para recuperar el edificio de la ruina, los sentimientos fueron encontrados: allí seguía la fuente de la antigua Universidad de Maese Rodrigo, los viejos cañones oxidados y la tupida cubierta vegetal que proporcionaba los centenarios naranjos. Pero los talleres artesanos aparecían vacíos y ruinosos, mientras que permanecían mudas las campanas en su, peligrosamente inclinada, espadaña. Pero el apremiante estado del convento no permitía nostálgicas disquisiciones.
Tras asegurar primero su estabilidad y estanqueidad, era preciso afrontar una primera fase de intervención. Ante las dudas municipales y la indefinición de un uso futuro (se barajaron propuestas tales como museo de la ciudad, casa de los poetas, escuela-taller, sede de fundaciones culturales privadas, gran biblioteca especializada, etcétera). Prosperó la iniciativa del equipo técnico, que entonces dirigía, de restaurar los espacios más frágiles y singulares del monasterio (patio principal, refectorio, escalera y dormitorios), para destinarlos a "espacio cultural", sin más apellidos. Como era imperativo que la zona restaurada fuera accesible públicamente desde el primer momento y, ante la imposibilidad de rehabilitar simultáneamente el acceso histórico a través del compás, se recurrió a la solución, forzada y temporal, de habilitar el acceso por el dormitorio. Consciente de la provisionalidad de esta medida, durante la ejecución de la primera fase, se redactó en mayo de 2007, el proyecto de una segunda que comprendería el compás y las dependencias anejas, a fin de que estas obras se acometieran inmediatamente después. Nunca se tramitó este proyecto. La explicación fue "para qué invertir en el interior de un convento que no lo va a ver nadie, mejor invertir en los barrios".
Han pasado quince años de aquello y más de veinte desde la compra del convento. Más de la mitad del área de clausura, así como todo el compás, siguen en ruinas. La iglesia y sus dependencias pronto lucirán totalmente rehabilitadas, pero tendremos que acceder a ellas por un estrecho adarve y sin poder mirar a la derecha porque la valla de unas supuestas e inexistentes obras, nos impedirán ver el lamentable estado de los edificios y la vegetación del añorado compás. Con ello no sólo se nos estará privando de la contemplación y el disfrute del más importante, y casi el único superviviente en la ciudad del tipo de compás de los conventos sevillanos, sino también de la experiencia que suponía acceder a un convento de clausura. En efecto, el compás era el primer filtro, el espacio semipúblico que nos preparaba para el ingreso, por un estrecho pasaje con los recintos de pequeña escala destinados a locutorios, torno y grada hasta llegar a la puerta reglar, cruzar la clavería y, finalmente, tras un último quiebro, descubrir la monumentalidad y belleza de su patio principal.
¿Cuándo podremos volver a gozar de este espacio y de estas sensaciones? Según los planes municipales no antes de 2030, no en esta década. El Plan Director del Patrimonio Histórico Municipal recientemente aprobado, no prevé invertir antes de esa fecha, salvo en la rehabilitación de la pequeña portada y las viviendas del lado izquierdo del acceso a la iglesia. ¿Por qué no se actúa ya en el resto del compás? Son pocas edificaciones, de construcción modesta, sin azulejerías deterioradas ni artesonados por recuperar, por lo que su rehabilitación no sería muy costosa, perfectamente asumible por los presupuestos municipales, además son edificios que, por su sencillez y poca relevancia arquitectónica, difícilmente podrían conseguir financiación estatal ni, mucho menos, europea. ¿A qué esperar? No hacen falta estudios previos para esto. Es una obra sencilla, de coste asequible pero que tendría gran importancia, tanto conceptual y simbólica al recuperar, no sólo el acceso histórico del edificio sino, sobre todo su verdadera dimensión y significado. Hay que actuar ya. Su estado no admite más demoras. Y ha de hacerlo el Ayuntamiento o no se hará.
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