La ventana
Luis Carlos Peris
La Navidad como pata de un trípode
Crecen en el interior de nuestros templos estas catedrales efímeras al ritmo que crece nuestra emoción por reencontrarlas. Algo nos fue donado cuando por vez primera contemplábamos sus líneas, sus caídas, el perfil de sus varales o la gloria de su techo. Cuando oímos de nuestros padres la explicación sobre su arte.
Es verlos crecer en el montaje incipiente y es soñarlos. Porque tienen la capacidad -como toda la Semana Santa- de que un detalle nombre todo un mundo. Y hasta lo evoque.
San Vicente y el elegante baquetón que perfila el palio que soñamos y lo vemos alejarse -cadencioso- con el trío final de Tus Dolores son mis Penas buscando la luz malva de la tarde que se derrama por el Museo. Pienso el palio decimonónico de Los Terceros, y me alcanza la gracia de Subterráneo en tarde de plenitud por Gerona.
En nuestras cofradías, somos lo que soñamos. Porque el poder de la memoria tiene mucho más alcance que el presente. Nos reencontramos con eso tan inefable que llamamos la "cofradía", así, con todas las etapas de nuestra vida. Y asoma de nuevo el niño impaciente por llegar de la Ronda a la Puerta de Córdoba en tarde de marzo e intuir la elegancia azul y plata de la Hiniesta.
O asomar al almacén y ver el palio de cajón para ser el adjetivo perfecto de la dulzura de su Victoria en tarde de Jueves Santo. Sentía que las promesas se cumplen cada primavera.
Pienso en la Casa encendida que es cada una de las personas que nos enseñaron a amarte. En Salud y sus constantes y callados desvelos. A pesar de las asperezas de la vida. En Reyes que ya habrá recogido sus 75 años en su Esperanza -cuánto vivido con Ella- y que nos despide apresuradamente porque lagrimea al hablar de su Señor de la Sentencia.
Todos los nombres bordan lo más hermoso de este misterio de amor que son las cofradías. Vuelves a abrazarlos cuando todo vuelve. Es como la luz dentro de la Casa. Que nos dice que alguien nos espera. Siempre.
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