Visto y Oído
Francisco Andrés Gallardo
Emperatriz
Fiel a mi autoimpuesto rito anual de defensa del nazareno, cada vez más denostado, considerado un mero número, un estorbo, un aburrimiento a limitar; quiero rendir tributo a la base misma de nuestra Semana Mayor. Esa base silenciosa que sostiene nuestra fiesta, que poco exige y mucho ayuda. Yo creo en el capirotero. Creo en esa vida equilibrada, que no necesita del día a día de la hermandad, de sus chismes y enredos. Creo en la devoción pura sostenida durante el año en la memoria, con vídeos, estampas, boletines ¿por qué van de retirada los boletines?, o en visitas esporádicas a la capilla. Y cuando el año estrena su camino le entra ese gusanillo de iniciar los preparativos. Estar pendiente del plazo de papeletas, sacar la túnica ¿está en el altillo o no la recogí de la tintorería? ¿Dónde tendré el resguardo? Revisar esparto o capirote. La paciente espera para recoger la papeleta viendo caras familiares que siempre están. A veces les hacemos pasar una verdadera yincana para sacar la papeleta con más etapas que una vuelta ciclista: “Vaya primero a la mesa de reserva para ver si está día, si no a la de mayordomía, luego pase por los censores para actualizar datos y una vez obtenga el resguardo vuelva al punto de partida para que le entreguemos, al fin, la papeleta”. Todo sufrido con paciente mansedumbre. Y el día señalado, con sentimiento de años, acudiendo a la hermandad con tiempo. A repetir el milagroso rito, porque ya me dirán si no es un milagro, con la que está cayendo, que año tras año, acudan a ocupar su sitio en la cofradía. Una de las obligaciones principales que tiene una junta de gobierno es no molestarles, facilitar este momento, asegurarse que todo esté en su sitio para que el hermano capirotero pueda realizar su estación de penitencia. No importunarle con novedades caprichosas. Facilitarle la cercanía a las imágenes que se ha ganado, por derecho propio, ese día. No son menos que nadie, son la base de nuestras Hermandades. Honor al capirotero.
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