El parqué
Jaime Sicilia
Siguen las caídas
Yo desayuno pan con aceite, todos los días, menos los sábados, que en mi tertulia con el amigo Ramírez Eligio me decanto por añadirle sus lascas de jamón. El pan con aceite, tan humilde, tiene en estas horas de la agricultura europea un coste añadido que alcanza valores de oro líquido, más ahora que nunca por la subida de los precios. Sin embargo, como en el supermercado, a nosotros nos sale mucho más caro, que a los que compran desde fuera, lo que significa el “ser andaluz”.
Cosa de acento, que dice Lola gracias a la inteligencia artificial anunciando el otro líquido áureo: la cerveza. Y más allá del acento, y del aceite, vive un genio y un espíritu que, trascendiendo eternidades, permanece florido desde antiguo y no hay quien mustiar pueda nuestra forma de entender la tierra y el nacimiento. Y ustedes convendrán conmigo que, si hay una fiesta andaluza y universal, por la fe y por su encanto, esa es nuestra Semana Santa. Castellana nació y andaluza la criamos, y americana vino y volvió, y a toda España la expandió la imaginería sevillana, en la que puso Lastrucci lo andaluz cuando talló el rostro sin igual de María Santísima del Dulce Nombre y, después, la inclinada devoción de la Hiniesta Dolorosa.
Ser andaluces nos define y nos afianza en un mundo en el que todo tiembla, todo pasa, en un Ictu Oculi que ríase usted de los temores de (San) Miguel de Mañara. Soy andaluz, y en la riqueza de una tierra extensa y diversa cifro yo la mayor riqueza de nuestra vida. Vayan ustedes, allende el Guadalquivir, atraviesen los montes de Sierra Morena, cuélense por los resquicios que deja el Guadiana, tomen la mar y busquen, fuera de nuestros puertos, una vida igual, una forma igual de amar y contemplar a Dios y a su Madre… Agárrense que vienen curvas… pero que sean todas iguales a las que tiene la canastilla del Gran Poder o el rizado caracol de los candelabros de cola del Patrocinio. En esas curvas… sí que hay vida. Y yo a esa vida la llamo Andalucía.
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