La ventana
Luis Carlos Peris
Perdidos por la ruta de los belenes
La Semana Santa de Sevilla es como la paleta de un pintor impresionista. Pone color, de mil maneras distintas, con mil matices diversos, a todas las manifestaciones religiosas, culturales y sociales que dan forma y entidad a la celebración, más plural y diversa cuantos más años pasan por los carriles de su trazado de recuerdos y memorias. Suma años y suma gradientes de paleta, y hay en ella matices infinitos de colores que pensábamos que no se hallaría un percentil más, o menos, en su infinita variedad. Los que me conocen saben que al verde no le dedicaría un artículo más que por imperativo legal. Pero de nuevo, centro de mis alegrías, el azul vuelve a enriquecer la paleta de un Jueves Santo en el que los escapularios de Los Negritos, el manto de la Exaltación, la túnica de Santiago en Montesión o el turquesa del palio de la Merced de Pasión me ponen en los ojos la alegría de lo azul, que en palabras de Rubén Darío es aquel color “de arriba que desprende un rayo de amor”.
Hay un azul nuevo para este año que nos ha deleitado anticipadamente y que promete ser pincelada de franca viveza e inesperada vivacidad en el misterio de la Quinta Angustia. Fíjense ustedes en el manto azulina, que es, por su diseño, antecesor del manto de la Victoria Cigarrera y del manto de Nuestra Señora del Valle. El nuevo “manto corto” que va a lucir la Quinta Angustia de María Santísima en el Misterio del Sagrado Descendimiento rompe con la oscuridad de su manto azul, comprado al Prendimiento de Jerez en 1940, para atreverse a mezclar, al son de la música procesional, como en 1904, los mustios colores de las vestimentas de las imágenes secundarias con el azulina, bellísimo, del nuevo manto de la Dolorosa, que será la sensación de la tarde. Allí estaremos, mientras resuenan los motetes del maestro Gómez Zarzuela, el Miserere de Otaño o la capilla musical del Cristo de la Fundación, dando al Jueves Santo un sonido, un color, un alma diferente.
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