Tribuna Económica
Carmen Pérez
Un bitcoin institucionalizado
Coca, la abuela Coca, es menuda y delgada. Tiene los labios finos y la nariz afilada por el paso de los años. Pero sobre todo tiene los ojos profundos. Se parecen mucho a los de su hijo Manolo. Unos ojos en los que se intuye lo mucho vivido. Tanto como 95 años. Y no se crean, está sana como una pera, con los achaques propios de la edad, pero con la cabeza en su sitio. Está al día de todo lo que ocurre en el país. Lo mismo te habla de Puigdemont, Iglesias o Rajoy, que opina sobre el último entrenador del Sevilla F. C. Pero sobre todo está pendiente de la vida de sus cinco hijos y sus nueve nietos. Sabe quién tiene un examen o una cita con el médico... Y reza. Siempre reza por todos nosotros. No se olvida de nadie.
Es de la Hermandad de Santa Cruz por su padre. Ya no sale a la calle a ver los pasos en Semana Santa. La oye por la radio y la ve por la televisión. Pero no le hace falta porque su mejor momento, su mayor felicidad la vive cada Domingo de Ramos por la mañana en su casa de Los Remedios. Hijos y nietos se visten allí de nazarenos. El pequeño salón se llena de túnicas azules y capas de color crema. Y ella es feliz, inmensamente feliz. Hay muchos nervios. ¿En qué casa no los hay?, pero sobre todo hay alegría por disfrutar un año más de ella.
Coca está pendiente de que las capas no arrastren, ¡Ampari, pon un imperdible aquí! Ajusta el botón de la manga y prepara un piscolabis para que nadie se vaya con el estómago vacío. Ah, y la bolsa con el bocadillo. No he visto en mi vida unos filetes empanados que huelan tan bien como los que hace ella. Y así, uno a uno van saliendo de casa camino de San Julián. Con lágrimas en los ojos, ella les besa con el amor que sólo una madre sabe hacerlo. Y siempre pensando que será el último Domingo de Ramos. Dios la tenga con nosotros muchos Domingos de Ramos más.
Ah, Coca, no te olvides de rezar esta noche por tu nieta Sofía. Tienes que hacerlo bien fuerte, que está lejos. Demasiado lejos.
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