La ventana
Luis Carlos Peris
Perdidos por la ruta de los belenes
20 años del atentado que cambió el mundo
El martes 11 de septiembre de 2001 entraba a las 08:30 en la reunión convocada por la presidencia belga de la Unión Europea para debatir la estrategia de negociación del documento sobre los derechos de los niños, que se iba a aprobar en la sesión especial de la Asamblea General de Naciones Unidas. Las dificultades de Cuba y Estados Unidos respecto a algunos puntos del documento motivaron una reunión con las delegaciones y las jefaturas de misión para perfilar la estrategia europea.
Apenas había empezado la conversación cuando alguien se acercó al embajador belga para pasarle un mensaje, que cambió su rostro y motivó la interrupción de la reunión.
Habían pasado sólo unos minutos del accidente del avión comercial en la primera de las Torres Gemelas cuando se comunicó que un segundo avión comercial había estallado en Washington; y después, la segunda torre en Nueva York.
La evacuación del edificio de Naciones Unidas fue inmediata y también de algunos de los edificios de alrededor; y el comunicado del alcalde Giulani fue rápido: todo el mundo a sus casas y no se puede utilizar ningún tipo de transporte. Manhattan estaba cerrado.
El shock duró mucho tiempo. El incendio provocado en las torres fue oficialmente concluido el 25 de diciembre, más de tres meses después de los atentados.
Y en ese margen de tiempo, las decisiones políticas y las respuestas no se hicieron esperar.
Después del 11-S, Estados Unidos promovió la operación Libertad Duradera, para terminar con los lugares de nacimiento y consolidación de los talibanes, que habían diseñado el atentado de las torres gemelas. Por primera vez, la OTAN activó el mecanismo de defensa mutua para apoyar a Estados Unidos en Afganistán.
Desde 2001 hasta 2021, la inversión americana y de los aliados en Afganistán ha sido de millones de dólares; y en el caso americano, alcanzó su punto álgido, en 2011 durante la Administración Obama, llegando a contar con mas de 110.000 efectivos en Afganistán; y sumando –según las cifras oficiales– alrededor de 825.000 millones de dólares.
De acuerdo con la información distribuida por la BBC, la inversión en asistencia humanitaria en Afganistán ha sido mínima comparada con otras partidas destinadas a la reconstrucción. Y la Agencia de vigilancia responsable, en su informe al Congreso de Estados Unidos, confirmaba que entre 2009 y 2019, alrededor de 19.000 millones de dólares se habían malgastado en desperdicio, fraude y abuso, en Afganistán.
Por su parte, la OTAN finalizó su misión de combate en 2014 y mantuvo su presencia en el país con unos 14.000 efectivos para capacitar a las fuerzas afganas y apoyar las operaciones antiterroristas.
Se ha dicho que la OTAN no pretendió nunca involucrarse en la insurrección, sino proteger la seguridad en Afganistán y por ello, de acuerdo con el mandato de la organización, los esfuerzos han sido prioritariamente de seguridad y militares.
Pero Afganistán reclamaba también una estabilidad política, un acceso a servicios básicos para toda la población, una estabilidad económica, y unas herramientas para consolidar instituciones y para respetar la idiosincrasia del país.
Después de la evacuación de los aliados el pasado 31 de agosto y la vuelta al poder de los talibanes, la gran cuestión es cómo va a sobrevivir el país. A la situación de inseguridad se añade una dura sequía y unos índices elevados de pobreza, agravadas ambas por la crisis del coronavirus y por la congelación de fondos internacionales, como consecuencia no sólo del recelo que suscitan los talibanes, sino también de la falta de instituciones e interlocutores para hacer llegar la ayuda a la población.
Habría que añadir a todo ello la repercusión de la situación de Afganistán en la región. Aunque China , Rusia y Pakistán tengan sus prioridades, la inversión y esfuerzos de estos países difícilmente alcanzaran las cotas de inversión de Estados Unidos y la OTAN. Los efectos en la región resultan inevitables. Afganistán limita con cuatro de los seis países que integran la Organización de Cooperación de Shanghái, nacida en junio de 2001 para promover la seguridad regional, cuyas principales dificultades eran el terrorismo, el separatismo y el extremismo.
Naciones Unidas, por su parte, ha convocado una reunión en Ginebra el próximo 13 de septiembre para debatir una estrategia de apoyo y ayuda a Afganistán, y las ayudas para la atención humanitaria no se han hecho esperar. Ojala se pueda ayudar a la población de manera inmediata.
Pero en última instancia, la pregunta detrás del debilitamiento de la OTAN y de Estados Unidos en Afganistán sería qué cosas se podían haber hecho de otro modo para ayudar mejor a la sociedad afgana, que ha perdido a más de 145.000 civiles en estos 20 años.
La cuestión detrás de los atentados del 11-S es si pudo hacerse algo más para evitar semejante atrocidad y la pérdida de tantas vidas inocentes.
Después de los atentados en Nueva York, el alcalde propuso una campaña en la ciudad para que todas las personas compartieran lo que habían vivido. Los autobuses y las estaciones del Metro quedaron empapeladas con el mensaje: Talk.
Recuperar en este sentido, la ética del cuidado, el compartir con los demás, el dialogo con los que son diferentes, la promoción de la transparencia, de la honradez, de la buena gobernanza, de la empatía con el que lo pasa mal, del interés común... puede parecer retrógrado, pero se presenta como el único camino para recuperar la humanidad y para ofrecer alternativas de cuidado en una sociedad que lo está reclamando a gritos.
Paloma Durán y Lalaguna es profesora de la Universidad Jaume I. En 2001, trabajaba como consejera de Asuntos Sociales en la Representación Permanente de España ante Naciones Unidas (Nueva York).
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