Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Libros
"Nos ha llamado extraordinariamente la atención el que la señorita Moscoso, siendo una simple cantante, salga vestida con un lujo desmedido y superfluo, tanto, que oscurece a la señora Istúriz que representa un papel que por su carácter debía salir con mayor ostentación y riqueza que aquella. Creemos que nadie puede tener culpa de esto más que el director de escena, a quien llamamos la atención, aunque nos parece que no será tan miope que a su vista se haya escapado esta circunstancia". El fragmento, que se pudo leer el 27 de febrero de 1854 en la revista La Aurora, forma parte de los textos que escribió en esa publicación un tal Gustavo, una firma tras la que podría estar un jovencísimo Gustavo Adolfo Bécquer, un muchacho que estaba despertando entonces al mundo y que, antes de mudarse a Madrid, fue testigo privilegiado de la efervescencia de la escena teatral de su ciudad.
El libro La zarzuela en Sevilla. Crónicas musicales atribuidas a Gustavo Adolfo Bécquer, un trabajo de Marta Palenque y Andrés Moreno Mengíbar que la Diputación de Sevilla publica dentro de la colección Arte Hispalense, sugiere que el autor de las Rimas y leyendas forjó esa pluma suya que pasaría a la Historia en las críticas en las que valoraba los espectáculos del Teatro Principal y el Teatro San Fernando.
Una de las primeras pistas que lleva a esta conclusión la aporta uno de los amigos de juventud, Julio Nombela, que afirmó que Bécquer colaboró en La Aurora. "Ese testimonio es válido por la cercanía con el escritor, pero también es conflictivo. Las memorias de Nombela [Impresiones y recuerdos] han proporcionado muchos detalles en torno a Bécquer, que durante mucho tiempo hemos dado por seguros, y después, investigando, hemos visto que Nombela o no recordaba bien o recordaba de una manera muy interesada", analiza Palenque. La profesora de Literatura Española de la Universidad de Sevilla precisa que el periodista y narrador se refiere a poemas "y no a textos de carácter ensayístico ni a crónicas" cuando habla de la participación de Bécquer en La Aurora, pero el hallazgo en la colección (incompleta) de ejemplares de la revista que pertenecieron a Juan Pérez de Guzmán y Boza, duque de T’Serclaes, de un Gustavo que abordaba la actualidad teatral daba pie a tantear otras posibilidades.
"De ser suyas las crónicas", apuntan los especialistas en La zarzuela en Sevilla, "este es otro Bécquer, no el autor maduro y brillante" de los escritos periodísticos a partir de 1859, "aunque sí hay rasgos de estilo que coinciden, aunque mínimos", asegura Palenque. En el libro de cuentas donde redacta poemas y esboza ideas, el joven Bécquer revela el importante papel que juega la escena en sus inquietudes. "Comenta una traducción de Hamlet, habla de Metastasio, juega a hacer un ejercicio de crítica literaria, teatral que concuerda con lo que aparece en La Aurora...", argumenta Palenque, autora de varios libros sobre Bécquer y comisaria de la exposición que el Centro Andaluz de las Letras le dedicó en 2020.
Gustavo toma el relevo en la publicación a Aqueronte, un crítico más mordaz y ácido, más atento a los chismes –las rivalidades entre los teatros, las acusaciones de compras de aplausos– y a todo el ruido que rodea las funciones. "Gustavo, en cambio, se centra más en las obras, en cuestiones como el ejercicio vocal, la escenografía, la dramaturgia y la representación. Y es algo que puede encajar en la corta edad de Bécquer, porque cuando eres más joven, cuando empiezas, estás más preocupado por mostrar tus conocimientos", observan los autores del libro. "Hay quien apunta", señala Moreno Mengíbar, "que es una voz demasiado madura para un joven, pero si se lee lo que ha escrito antes él se expresa así. Hay que tener en cuenta también que los 15 años de ahora no tienen nada que ver con los 15 de antes", opina el crítico de Diario de Sevilla. "Otros escritores de su época, a los 15, con 16", añade Palenque, "están escribiendo y entrando en las redacciones de los periódicos. La vida empezaba antes".
La zarzuela en Sevilla retrata el asombroso dinamismo que registró la oferta teatral de la ciudad a partir de la década de los 30 del siglo XIX, cuando los empresarios y el público desoyen ya las advertencias de la Iglesia, que consideraba las artes escénicas "escuela de inmoralidades y motivo de la ira divina. Incluso entre 1825 y 1827 se discute en el Ayuntamiento de Sevilla si se cerraba el teatro, porque del Trienio Liberal quedó la idea de que servía a los desórdenes y a la herejía política", explican los autores. Pero "en un plazo de unos diez años", cuenta Moreno Mengíbar, "se abren diez teatros, porque cada sector de la sociedad quiere tener el suyo. Y se levantan desde la iniciativa privada, sin subvenciones". Abruman las cifras de las representaciones, que revelan el entusiasmo con que el público acogió la pujanza de la zarzuela: entre 1849 y 1851 El tío Caniyitas se programó 40 veces; El duende, 27. "Cuesta creer que existiera algo así en Sevilla, dada la situación, muy distinta, que tenemos ahora", lamenta Moreno Mengíbar, autor de varios libros sobre ópera y académico de Santa Isabel de Hungría.
Al Principal, "el único teatro que existía en la ciudad durante un tiempo", le surgió un rival en el Teatro San Fernando. "La nueva clase dominante, esa burguesía emergente que ha formado una alianza con la antigua nobleza, no se siente a gusto en un teatro en el que coincide con otras clases sociales, y se construye un recinto exclusivo donde se apostará por la ópera, el espectáculo más elitista", exponen los autores de La zarzuela en Sevilla, "aunque a esas funciones los espectadores van a ser vistos más que a ver el espectáculo. De hecho, cuando se empieza a hablar de oscurecer la sala hay quejas, porque entonces no se aprecian las joyas, las sedas, los vestidos, y no se puede identificar al que está en el otro palco...".
En esos años, Sevilla se convierte en uno de los escenarios importantes de Europa, "por la calidad de los cantantes que vienen, la rapidez con la que llegan óperas que se habían estrenado poco antes. Las compañías estaban organizadas por primerísimos actores, como José Valero, aunque en su biografía se menciona que estuvo en tal y cual teatro y se omite que trabajó aquí, como si Sevilla fuera una capital menor", afirma Palenque. Para los autores de este libro, sea Bécquer o no ese Gustavo, "esa riqueza teatral y lírica que hay en la ciudad permite que ese joven llegue a Madrid con un bagaje notable: ha podido ver el último drama romántico, las últimas óperas, ha asistido con frecuencia a teatros... Bécquer llega a Madrid sabiendo".
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