Los pobres también lloran

La guitarra flamenca de Yerai Cortés | Crítica

‘La guitarra flamenca de Yerai Cortés’, dirigida por C. Tangana, que firma como Antón Alvárez, se estrena en los cines aunque no es una película, ni un disco

Yerai Cortés en un concierto reciente en Sevilla.
Yerai Cortés en un concierto reciente en Sevilla. / José Ángel García
Juan Vergillos

05 de enero 2025 - 07:09

Hay unas pocas obras de arte, o lo que sea esto, que van más allá. La guitarra flamenca de Yerai Cortés no es ni un disco, ni una película, aunque sea ambas cosas, sino un acto de reparación. Y eso la sitúa más allá de la falta de ritmo que por momentos evidencia, de la escasa de naturalidad de la aparente naturalidad en otros, del narcisismo que aflora en algunos pasajes.

De algún que otro topicazo sobre los gitanos o sobre el flamenco. Como retrato naturalista es justita, y en algunos casos divertida. Donde emociona es en el hecho de que su protagonista se ha abierto en canal. Nos presenta, con luces y sombras, a sus padres, su entorno familiar, sus amigos de Alicante, su pareja. Nos habla sin tapujos de tráfico de drogas, infidelidades, precariedad laboral, familiar y personal. De las dificultades para crecer en determinados contextos. De prejuicios, de represión. Y también nos habla de libertad. Del apoyo familiar y del entorno físico inmediato, y de la etnia que, además de un enorme talento individual, hicieron que Yerai Cortés se convirtiera en una figura del flamenco. Nos habla de éxito y de que el éxito surge, a veces, de las dificultades. Nos habla de salir de un entorno tóxico, por utilizar un adjetivo que pronuncia uno de los amigos de infancia del protagonista en uno de los pasajes del film. Nos habla de que se puede ser feliz en la periferia y desgraciado en el centro. Y viceversa. Y nos habla de un secreto familiar. La película procede como en la realidad: el secreto se desvela al final. Como un ejercicio de suspense e imitando, también, a la vida. También hay unos cuantos clips de los temas que Cortés incluye en su primer disco, que es también esta película. Se trata de una familia de guapos adictos a la nicotina.

Fui a verla ayer y me sorprendió el hecho de que la sala estuviera llena de gente joven comiendo palomitas. No es frecuente que una película protagonizada por un flamenco se estrene en salas. Y, mucho menos, que el protagonista sea un guitarrista. Y si lo hace con éxito … Bueno, ya sabemos que es el nombre de Antón Alvárez, conocido por C. Tangana, o al revés, el que ha hecho que la película se estrene en los cines. Y también su nombre es el que ha atraído a los jóvenes comedores de palomitas a la sala esta noche. La película también coquetea con ello, con el concepto de celebridad en el mundo de hoy. Por supuesto que a mucha gente que no le interesa ni la guitarra, ni el flamenco ni los barrios gitanos, ha visto la película solo por el nombre de C. Tangana. Es, precisamente, el contexto flamenco lo que más he echado en falta en el film. A pesar de que en él colaboran artistas de primera fila, todos gitanos, como La Tana, Remedios Amaya, Israel Fernández o Farruquito, que protagonizan memorables momentos musicales del film. Me hubiese gustado que el film nos contara lo que significa la guitarra de Yerai Cortés en el contexto del flamenco actual. Que nos hablara de la guitarra flamenca de hoy. Del flamenco de hoy.

La película trata, sobre todo, de la familia. Fuera de la familia, lo que interesa al responsable del film es el costumbrismo de trazo grueso. El costumbrismo me interesa menos porque vivo en el polígono y me basta con abrir la ventana para disfrutar de el. A veces no necesito ni abrir la ventana. Es la familia la que inspira las brillantes composiciones de Cortés. Malagueñas para su padre, seguiriyas, impresionante la puesta en escena del pasaje, para su madre. Bulerías para … bueno, no voy a desvelarles el misterio todavía, por si no han ido a verla. Esto es como Hitchcock cuando estrenó Psicosis.

La película es en sí misma un acto curativo, una restitución. Como debiera serlo todo arte. Como lo es todo arte pertinente, todo arte que merece este nombre. Aunque nos hemos acostumbrado, demasiado, a artefactos artísticos de puro consumo, de usar y tirar. La película nos habla, con buen criterio, de cosas tan fuera de lugar en el contexto público actual como que los muertos no están muertos, sino que su presencia sigue influyendo en nuestras vidas. Nos habla también de que el pasado es insalvable. De que no hay acto de curación que pueda cambiar la tragedia. O la comedia. La grandeza del film radica, precisamente, en eso. En que su filmación se constituye en acto de curación. En que un personaje de moda nos hable de algo que no está de moda: el pasado, el dar la honra a los que vinieron antes, a los que dejaron lugar para nosotros. De la verdad, la verdad desvelada, eso que tanto se echa de menos en el contexto social actual donde todo es relativo y las noticias son fake en el 99% de las ocasiones. De hecho, ha habido críticos que han cuestionado la veracidad de la tragedia que está en el origen de la película. Están tan habituados a escuchar y a decir mentiras, que no reconocen la verdad aunque la tengan delante de las narices. La guitarra flamenca de Yerai Cortés es, en un alto porcentaje, verdad. Por eso es el film sobre guitarras que más me ha gustado de los que he visto en los últimos tiempos. Y te lo digo de corazón, C. Tangana: vente a mi barrio, el polígono norte, y encontrarás en cada casa una inspiración para tu próximo film.

Los pobres también lloran.

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