Xavier Güell: "Para la música, Stalin tuvo en el siglo XX el papel que hoy tiene el mercado"
Entrevistas
El escritor y director de orquesta presentó recientemente en Málaga, de la mano del Centro Andaluz de las Letras, su última novela, 'Shostakóvich contra Stalin' (Galaxia Gutenberg) en la que aborda de manera ilustrativa la relación que mantuvieron el compositor y el dictador soviético bajo la lucha por la libertad creativa y la aspiración al control artístico
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El estreno de su ópera Lady Macbeth de Mtsensk en 1934 en Leningrado, con la presencia de Stalin entre el público, entrañó un antes y un después decisivo en la vida del compositor Dimitri Shostakóvich (1906-1975). Al día siguiente, el diario Pravda publicó una dura crítica titulada Caos en vez de música, atribuida al propio Stalin, en la que se amenazaba a Shostakóvich y a su familia con duras represalias si el músico se negaba a adoptar los valores estéticos promulgados por el socialismo soviético. A partir de entonces, incluso después de la muerte de Stalin, el compositor vivió instaurado en el miedo una tensión de difícil gestión entre el anhelo de libertad creativa y el control ideológico contra el que nunca se manifestó. Ahora, el escritor y director de orquesta Xavier Güell (Barcelona, 1956), formado junto a Franco Ferrara en Italia, Sergiu Celibidache en Alemania y Leonard Bernstein en Estados Unidos y consagrado a la literatura desde que publicara en 2015 La música de la memoria, recrea esta historia, bien representativa del siglo XX, en su novela Shostakóvich contra Stalin (Galaxia Gutenberg), tercera entrega de su Cuarteto de la guerra que presentó recientemente en Málaga de la mano del Centro Andaluz de las Letras.
-¿Es la posibilidad de interpretar y dirigir las partituras de un músico el mejor medio para convertirlo en personaje literario?
-Siempre trabajo con personajes reales y siempre los construyo a base de robarles el alma y hacerla mía. Esto lo aprendí de Leonard Bernstein, cuando estudié con él mientras dirigía la Orquesta Sinfónica de Boston: cuando tocaba a Mahler decía “yo soy Mahler”, si dirigía a Shostakóvich decía “yo soy Shostakóvich”. Y nos advirtió: “Si queréis ser mis alumnos, tenéis que entender que un director de orquesta y un intérprete deben ir siempre más allá de las notas y entrar en el mundo que hay detrás”. Cuando yo dirigía intentaba, siempre, seguir su ejemplo y ponerme en la piel de cada compositor. Pues bien, cuando escribo, empleo el mismo sistema. La literatura debe estar bien cerca de la música, con sus pautas, sus silencios, su ritmo, sus tonos, sus pulsos. No en vano, escritores como James Joyce, Marcel Proust, Hermann Broch o Robert Musil fueron también grandes músicos. No se puede entender el Ulises de Joyce sin atender a la proximidad a la música.
-En el caso de Shostakóvich, ha optado usted por recrearlo en primera persona. ¿Por qué tomó esta decisión, dado el delicado equilibrio entre sus luces y sus sombras?
-Supongo que después de haber dirigido sus obras muchas veces y de haber leído prácticamente todo lo que se ha publicado sobre él entendí que la mejor forma de escribir este libro era en primera persona. Ten en cuenta que el tiempo interno de la novela está concentrado en sus últimas ocho horas de vida, en las que intenta terminar su última obra, la Sonata para viola y piano. En el libro, Shostakóvich dedica ese último suspiro a recordar su vida y hacer balance, especialmente en todo lo que tenía que ver con su relación con Stalin.
-¿Es Shostakóvich la encarnación más clara de la idea de que el interés del poder político por la música no puede salir nada bueno?
-Stalin era un buen músico. Y una persona cultivada, se formó en teología y fue un experto en Dostoievski. Hitler también era muy buen aficionado a la música. Pero los dos tenían gustos muy estrechos, claro. Donde también coinciden Hitler y Stalin es en la convicción de que el arte y la creación contienen un poder mediático y transformador, de ahí que decidan ponerlo todo bajo control. Stalin representó entonces el papel que hoy representa el mercado: se encargaba de indicar a los compositores cómo debía ser su música, por un lado fácil, popular, y por otro útil para divulgar los valores del partido. El mercado hoy funciona exactamente igual, dejando claro a los músicos qué es lo que tienen que hacer si quieren que su obra llegue a la gente. De alguna forma podemos decir que es Stalin quien se inventa el mercado. Cualquier dictador inteligente haría exactamente lo mismo.
"Los músicos deberían prestar más atención a la música, que es capaz de evocarlo y sugerirlo todo sin decir nada"
-¿Significa eso que esta lección es imposible de aprender?
-Si te fijas concretamente en Rusia, por seguir el hilo, lo cierto es que el país no ha disfrutado en toda su historia de un minuto de libertad plena, entre los zares, los soviéticos y ahora Putin, que es un Stalin más discreto, sin el poder absoluto, pero con intenciones muy parecidas. Para la sociedad rusa, que no ha tenido nunca la posibilidad de rebelarse al no haber conocido la libertad ni la democracia, esto es una evidencia. Muy pocos se atreven a pronunciarse en Rusia contra Putin porque todo el mundo sabe que las represalias, ya no solo para quien sí decide dar el paso, sino también para su familia y todo su entorno, justo a la manera de Stalin, pueden ser muy graves.
-Incluso los opositores de Putin admiten que el carácter ruso tiene predilección por los líderes fuertes. No sé qué diría Shostakóvich de eso.
-Porque no han conocido otra cosa. Los zares eran líderes fuertes, igual que los secretarios generales del partido. Piensa que Stalin es el verdadero vencedor de la Segunda Guerra Mundial, se llevó la mejor parte del pastel con veinte millones de muertos a sus espaldas, y esa es una lección muy difícil de olvidar.
-Si las guerras y catástrofes funcionan bien como motivos de inspiración, ¿el bienestar es un adversario para las artes?
-La respuesta a eso la tienes en el siglo XX: el periodo tal vez más trágico de la historia, el que llevó a la humanidad a vivir un verdadero infierno, constituye a su vez un hito decisivo para la creación cultural. Seguramente, el siglo XX representa el tercer gran momento de la historia del arte y la cultura con la Grecia clásica y el Renacimiento en Italia. En todo ámbito se dio una explosión de creatividad extraordinaria. En comparación, el siglo XXI ha resultado en estos casi 25 años plano, insulso. Se valoran con extrema intensidad cosas que no son importantes. La diferencia es abismal. Haber conocido ese esplendor es una experiencia clave para cualquiera que haya podido vivir el siglo XX. Sí es cierto, como apuntas, que cuando las dificultades te llevan al límite el ser humano es capaz de dar lo mejor de sí mismo. Aunque no siempre, que conste.
-Ha citado usted antes a Joyce, Proust, Broch y Musil. Como escritor, ¿se siente discípulo de esa escuela?
-Sin duda. La literatura, como sucede con el resto de la creación, es hoy en día plana, sin relieve, alejada de las virtudes de la música. Siempre defiendo que los músicos deberían prestar más atención a la música, que es capaz de evocarlo y sugerirlo todo sin decir nada. La música nos conduce a experiencias únicas, nos habla no con palabras, sino con intuiciones. Si aplicas esto a la literatura, el resultado es extraordinario.
-Orson Welles decía que nunca había querido ser escritor porque, cuando pones el punto el final, el teclado nunca arranca a aplaudir. ¿Echa de menos el aplauso que se oye desde la tarima cuando escribe?
-Sin duda. La escritura es una profesión muy dura, muy solitaria. Un libro exige años de trabajo en soledad absoluta. Un compositor tiene por lo general músicos a su alrededor que le permiten ir calibrando la calidad de sus creaciones. Un director trabaja siempre con su orquesta. La música es por lo general una ocupación mucho más colaborativa. Manuel Gutiérrez Aragón contaba que él empezó a escribir cuando ya no le permitieron hacer más películas, y yo podría decir lo mismo de la dirección de orquesta. Cuando dejé de dirigir, eso sí, me metí en un mundo más problemático, más áspero.
-Pero tendrá que lidiar menos con concejales, consejeros y consejos de administración.
-Eso es verdad. Gracias a Dios.
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