¡Niño al agua!

Wolfgang (Extraordinario) | Crítica

Jordi Catalán es Wolgang en el filme del mismo nombre.
Jordi Catalán es Wolgang en el filme del mismo nombre.

La ficha

** 'Wolfgang (Extraordinario)'. Dramedia, España, 2025, 110 min. Dirección: Javier Ruiz Caldera. Guion: Laia Aguilar, Carmen Marfà, Yago Alonso, Valentina Viso. Fotografía: Sergi Vilanova. Música: Clara Peya. Intérpretes: Miki Esparbé, Jordi Catalán, Angels Gonyalons, Berto Romero, Nausicaa Bonin, Anna Castillo.

Para este crítico cincuentón es inevitable recordar aquellas películas con niño de la Transición protagonizadas por Lolo García (La guerra de papá, Toby) viendo esta Wolfgang tan aseada y didáctica sobre otro niño enfrentado a los problemas adultos y a sus propias frustraciones y traumas reprimidos. Inevitable en tanto que la operación sigue siendo la misma con varias generaciones de por medio y una considerable rebaja de complejidad, a saber, poner al niño singular en el foco de una fábula con moraleja para grandes y mayores sin que estos últimos no se ruboricen demasiado.

Si ya hay que tener bemoles para ponerle Wolfgang a un niño catalán nacido en 2015, también se nos hace bola con el contexto pijo, pequeñoburgués y profesional en el que se desarrolla su historia de orfandad sobrevenida, desórdenes del espectro autista y talento pianístico que convierten a nuestro infante pelirrojo en una criatura tan difícil de querer como a priori se lo parece también a su reaparecido padre biológico, un actor sin fortuna al que Miki Esparbé presta la percha en un registro demasiado plano y amable, sobre todo si lo comparamos con ese otro padre atribulado que encarnaba en Una vida no tan simple.

Auto-doblada del catalán al castellano con los habituales problemas de encaje, la película juega al cuento del reencuentro paterno-filial y a la salida del duelo bien acolchada entre algodones dramáticos y músicas de piano que apuntan pero nunca dan en la diana de las emociones verdaderas. A la cinta que dirige Ruiz Caldera a partir de la novela de Laia Aguilar se le ven siempre las costuras de sus cuatro sastres y las teclas marcadas de su melodía facilona construida secuencia a secuencia, también en ese delirante tramo parisino de la prueba de acceso y el salto al Sena, siempre con ánimo conciliador y sanador y a prueba de peligros. La vida real, para otra ocasión.

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