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Waldo de los Ríos, música compleja

'Desafiando al olvido'

El periodista Miguel Fernández indaga en la biografía 'Desafiando al olvido' en la figura atormentada del músico, que le puso la banda sonora a un tiempo

Waldo de los Ríos (Buenos Aires, 1934-Madrid, 1977). / Roca Editorial

En 1977, Waldo de los Ríos ha revolucionado ya la escena musical con sus interpretaciones de piezas clásicas, especialmente ese Himno a la Alegría que causa sensación en todo el mundo, y los arreglos que ha hecho para artistas como Raphael, Karina o Jeanette. Puede concluirse, por la grandiosa casa en la que vive y los espectaculares coches que conduce, que gracias a su audacia y talento ese tipo ha cumplido sus sueños y disfruta de los privilegios de un olimpo que juzgará merecido: todos estos años, pensará con orgullo, se ha consagrado al trabajo con una dedicación agotadora. Pero en el guión de su vida hay de repente un giro extraño, como si el destino se burlara de él con una tremenda ironía. En la cúspide el aire es turbio y falta un horizonte. Osvaldo Nicolás Ferraro, el hombre que se esconde tras las aparatosas gafas y la aparente seguridad de Waldo de los Ríos, se siente solo, necesita ser amado por quien no le corresponde. Todo lo demás, negado eso, es confusión, ruido, tristeza, sobre todo tristeza. El 28 de marzo, el músico decide poner fin a su tormento y se dispara con una escopeta. Su trágico final, como ocurre en otras ocasiones, podría haber reforzado su popularidad, pero esta vez no sucede así. En la memoria colectiva, Waldo de los Ríos, con el tiempo, fue desdibujándose. Sí, aquel que le dio a Miguel Ríos uno de los temas emblemáticos de su carrera, sí, aquel que se atrevió también con Mozart, pero poco más. Algo parecido a un fantasma.

"Tenía sólo cuarenta y dos años, estaba lleno de vida, de talento, lo quería todo el mundo. ¿Qué pudo pasar por su cabeza para hacer algo así?", le pregunta la viuda de Waldo de los Ríos, la actriz Isabel Pisano, al periodista Miguel Fernández, autor de Desafiando al olvido (Roca Editorial), rigurosa y apasionante biografía del maestro que reivindica su poderoso legado musical y explora la dolorosa vulnerabilidad que escondía ese visionario. Una figura "con una vida mucho más compleja de lo que piensa el ciudadano medio, que asocia su nombre a una música intrascendente. Pero su historia fue muy distinta: ese hombre afrontaba dentro de sí un debate personal bastante crudo", defiende Fernández.

Waldo de los Ríos.

El escritor se planteó este libro también como un homenaje a su padre, fallecido recientemente. La peripecia de Waldo de los Ríos le facilitaba trabajar en una historia que tuviese que ver "con la juventud de mi padre, con las canciones que cantábamos cuando íbamos de viaje, los programas de la tele, los coches, todo lo que en aquella época parecía nuevo y sorprendente", anota en las páginas de Desafiando al olvido, donde habla de la "euforia colectiva" con que España intentaba "enterrar los fantasmas del pasado" y abrazar la modernidad, una causa a la que el sello Hispavox y Waldo de los Ríos se sumaron con entusiasmo.

"Durante mucho tiempo nos hemos referido a los 60 y a los 70 como la era del landismo, la catetez", señala Fernández en conversación telefónica, "pero esas décadas merecen una relectura, otra mirada. Yo he vuelto a ese tiempo, tras la muerte de mi padre, con admiración. La que merece esa gente que venía de la miseria, de la guerra, que pudo salir adelante y construirse un futuro. Se compran electrodomésticos, televisores, coches... pero también hubo un movimiento cultural muy interesante. Y con la mano de Waldo de los Ríos, llegaron Mozart, Beethoven. Hablamos de grabaciones en las que a veces intervenían 100 músicos, gente que venía del Conservatorio o de la Orquesta Nacional además. Poco después, en la Transición y en los 80 quisieron ver su pasado reciente como algo cutre, pero no era así".

A ese Madrid efervescente llega De los Ríos, que había nacido en Buenos Aires en 1934, atraído por las posibilidades que parecía prometerle esa tierra pero deseoso también de librarse de una madre, la cantante Martha de los Ríos, que proyecta una larga sombra sobre él. "Era una mujer de su tiempo hecha a sí misma, que tuvo que competir con todas las grandes del tango y después con toda la música folclórica, que estaba dominada por los hombres", explica Fernández. "Tenía mucho coraje, y ese tesón y esa dureza los trasladó a su hijo: pensaba que si quería llegar a algo debía trabajar como lo hizo ella. Además, quería evitar que fuera como el padre, que tenía mucho talento pero pasó sin pena ni gloria por su vida disoluta". Ni la distancia geográfica ni el posterior matrimonio de él con Isabel Pisano salvaron al hijo de esa progenitora dependiente y entrometida, a la que según sus amigos temía tanto como amaba. Tampoco el tiempo le hizo olvidar los terribles castigos que le imponía, cuando ella volcaba un saco de maíz en el pasillo y obligaba al niño a caminar de rodillas sobre los granos.

Su ‘Himno de la Alegría’ fue un éxito brutal: vendió 6 millones de copias en 65 países

El encantador brío que Waldo de los Ríos otorga a las canciones pop lo convierten en un hombre solicitadísimo y disputado, pero a menudo una voz interna le pregunta si en el camino no se ha traicionado vendiéndose a las fórmulas más fáciles. "¿Qué fue de aquella rebeldía que lo llevó a despegarse de mamá? (...) ¿Cuándo tendría tiempo para la Obra, con mayúsculas, la que lo conduciría a los templos de la gran música", se lee en su biografía. Waldo empieza ahí un complicado diálogo consigo mismo. "La fama se comió al creador", analiza Fernández en la entrevista con este periódico. "Había estudiado con los mejores maestros, Alberto Ginastera entre ellos, conoció a Falla en su exilio... Estaba destinado a otro mundo más elevado, pero él dio prioridad a un respaldo económico, porque le gustaba vivir bien, y encontró la alianza perfecta con la industria. Junto a ella hizo ese boom del Himno de la Alegría, un triunfo bestial. Hoy costaría fabricar un éxito de esas características: vendió seis millones de discos en 65 países, y en un tiempo sin internet y las facilidades que tenemos hoy", declara el biógrafo, para quien "esa idea de que ha vendido su alma al diablo asalta a muchos genios. Waldo se preguntaba qué hacía él fabricando éxitos para que la gente los bailara en verano cuando podía estar componiendo una gran obra".

Portada de 'Desafiando al olvido'.

El retrato que firma Fernández de Waldo de los Ríos muestra a un hombre de carácter complicado y tono altivo, el disfraz con el que seguramente escondía sus miedos. Entre los desencuentros que narra el libro destacan los que el músico vivió con Alberto Cortez, al que pidió una cantidad "exorbitante" de dinero por un proyecto pese a la vieja amistad que les unía, o Joan Manuel Serrat, que rechaza sus arreglos para varias canciones y el que le inspira una polémica declaración que hace a la prensa, en la que dice que a los españoles les "interesan más los toreros que la música". Según Fernández, De los Ríos "no entraba en debate porque él tenía formación y criterio, él era –así lo llamaban– el maestro. Él llevaba razón en su discusión con Serrat. Si escuchas Tu nombre me sabe a yerba cantado por Marisol, tiene una fuerza que no posee la versión que interpretó el otro".

De los Ríos, que compuso para Chicho Ibáñez SerradorChicho Ibáñez Serrador las bandas sonoras de La Residencia y ¿Quién puede matar a un niño? y con el que Kubrick contactó para una colaboración que no llegaría a darse, tuvo entre sus amigos al también músico Michel Legrand, con el que coincidió en una convención de Columbia en Colorado en 1958, un capítulo que tanto el argentino como el francés recordarían entre los "días más felices" de sus vidas. Miguel Fernández se encontró con el autor de las partituras de Los paraguas de Cherburgo y Verano del 42 cuando preparaba este libro, en un concierto en el Teatro Lope de Vega de Sevilla en 2018, y ahí se enteró Legrand de que De los Ríos hizo versiones de sus éxitos, entre ellos The windmills of your mind. "No tengo muy claro si no lo sabía de verdad. El hombre estaba emocionado y confundido, me dijo que no se volvieron a ver después de Colorado y al menos se reencontraron una vez en Caracas... Cuando murió Waldo le escribieron para que participara en un homenaje y no contestó. Yo creo que Legrand sentía cierto remordimiento por haber dejado al amigo atrás".

El autor, de carácter difícil, tuvo sonados desencuentros con Serrat o Alberto Cortez

Fernández apunta que la obra de Waldo de los Ríos tiene conexiones con Andalucía, "él siente fascinación por la música que viene de aquí. Se aprecia en esos discos tan personales que tiene y que publica a partir de 1966, España electrodinámica, Folklore dinámico y España en tercera dimensión. Escribe una saeta, una composición curiosísima en la que mete muchos sintetizadores, da forma a otra pieza dedicada a la Macarena, también muy singular... Admiraba a Lorca y adaptó Los Pelegrinitos para Raphael o La Tarara para Luciana Wolf. Y hay otras historias que lo vinculan a esta tierra, como una vez que acompañaba a Raphael a conciertos en Granada y Sevilla y tuvieron un accidente en la carretera, o un verano, el de 1966, que fue contratado junto a Los Waldos para actuar en el Hotel Pez Espada de Torremolinos. Y cuando murió dejó una obra inconclusa, Don Juan, que lógicamente estaba ambientada en Sevilla. Yo creo que habría sido un compositor estupendo de musicales, si hubiese vivido más habría sido un Lloyd Webber".

El periodista Miguel Fernández, autor del libro.

Cuando De los Ríos se suicidó, las informaciones de los periódicos explotaron con morbo la ambigüedad sexual que le rodeaba. "Insistían en que al músico se le veía acompañado de hombres jóvenes. O, para ser más precisos, de hombres jóvenes que él y amanerados", escribe Fernández en el libro. Según los indicios, el amor no correspondido por uno de esos muchachos aceleró la tragedia. "Waldo de los Ríos representa el problema de la diferencia, refleja lo duro que era ser distinto en un tiempo como en el que vivió. Estuvo toda su vida luchando contra el sobrepeso, fue una de sus obsesiones, y cuando su amante lo rechaza porque, dice, le recuerda a su padre, él piensa que se debe a que está gordo y se obsesiona con que tiene que adelgazar, quiere ser guapo. Eso termina de confundirlo, y se suma a las angustias profesionales, el no saber qué hacer con su vida, y decide poner fin a todo".

Y entonces, como cuenta el libro, vienen el silencio y la desmemoria. "Poco después de su muerte", se dice en su biografía, "nadie hablaba ya de Waldo de los Ríos". Por fortuna, Warner va a recuperar, cuenta Fernández, "una montaña de cintas que tienen ellos en sus archivos, que van a ir publicando a partir de este otoño. Ha aparecido una sinfonía brasileña, la banda sonora completa de Curro Jiménez, no sólo la cabecera, la de La Residencia, de la que sólo se había editado un single...", enumera el periodista. El legado de Waldo de los Ríos regresará así para disipar las dudas de aquel creador inseguro y ratificarle que, pese a sus temores, sí dejó a su paso una obra enorme.

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