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En tierra extraña

La voz del desterrado | Crítica

Una antología comentada de la literatura española del exilio recupera las voces, los motivos y las aspiraciones de los españoles que dejaron el país durante la primera mitad del siglo XIX

'Fusilamiento de Torrijos en la playa de San Andrés' (1888) por Antonio Gisbert. El bravo general, que había formado parte de la colonia de exiliados liberales en Inglaterra, fue ejecutado en Málaga tras el fallido pronunciamiento de 1831.

Las fichas

La voz del desterrado. David Loyola López y Eva María Flores Ruiz. Guillermo Escolar editor. Madrid, 2018. 368 páginas. 22 euros

Literatura, Historia, Política. Vicente Llorens. Introducción de Fernando Durán. Athenaica. Sevilla, 2018, 232 páginas. 20 euros

Como han señalado Henry Kamen o José Luis Abellán, el destierro, habitual en todas las épocas y latitudes, ha sido entre nosotros una constante, especialmente en los convulsos inicios del siglo XIX. A la primera y muy heterogénea oleada de exiliados, formada por quienes salieron del país durante la Guerra de la Independencia (1808-1814), le siguió la de los afrancesados que hicieron lo propio tras la caída de José Bonaparte. Hubo después, tras el infausto regreso de Fernando VII, un primer exilio liberal, también llamado doceañista por su participación en las Cortes de Cádiz, de modo que en esos años –entre la vuelta al trono del rey felón y el pronunciamiento de Riego (1820)– compartieron destierro quienes habían sido enemigos durante la ocupación francesa. Pero la farsa constitucional del Borbón durante el denominado trienio liberal acabó con la intervención de las monarquías de la Santa Alianza, que de la mano de los Cien Mil Hijos de San Luis impusieron en 1823 el retorno al absolutismo. Comenzaba de este modo el segundo y más numeroso exilio liberal, con destino a Francia o a Inglaterra. La década larga que transcurre entre ese momento y la muerte del rey, que se traduce en la vuelta al constitucionalismo (1834) durante la regencia de María Cristina, señala el periodo álgido de la emigración liberal, aunque la primera guerra carlista (1833-1840) provocaría a su vez el desplazamiento ocasional tanto de los absolutistas como de los liberales mal avenidos.

Los sentimientos de los exiliados responden a un patrón universal desde los tiempos de Ovidio

Este es el contexto histórico, descrito por David Loyola y Eva María Flores en La voz del desterrado, que alumbraría una literatura escrita desde la nostalgia de España, en forma de poemas, memorias, narraciones o cartas que han sido organizados por los editores no en función de la cronología o la adscripción ideológica, sino de las etapas del itinerario recorrido por los protagonistas: la partida, el destierro propiamente dicho y el reencuentro con la patria, más un cuarto apartado donde se recogen los ecos posteriores a la estancia en tierra extraña. Miembros del Grupo de Estudios del siglo XVIII de la Universidad de Cádiz, del que han surgido tantos buenos trabajos sobre ilustrados y prerrománticos, Loyola y Flores abordan en las introducciones a cada una de las secciones no tanto el perfil político o literario de los autores antologados –en apéndice ofrecen breves semblanzas de todos ellos– como lo que sus textos dicen del modo en que expresaron la experiencia del exilio, sus sentimientos y reacciones que en buena medida responden a un patrón universal desde los tiempos de Ovidio. No en vano el autor latino, señalan los editores, fue el primer desterrado que cantó la desdicha de serlo.

Ejercer de liberal en España, como sentenciara Larra, equivalía a ser un emigrado en potencia

Las voces representadas tienen, en efecto, "muy distintos prestigios": junto a los autores más o menos consagrados o canónicos como Moratín, el duque de Rivas, Martínez de la Rosa, Alberto Lista, José Joaquín de Mora, Blanco White, Meléndez Valdés, Espronceda, Alcalá Galiano o Larra, aparecen otros menores o muy desconocidos, en su mayor parte pertenecientes a la galaxia liberal que construyó en esos años toda una mitología alimentada por episodios como el citado pronunciamiento de Riego o la fallida aventura de Torrijos. Entre la añoranza del país perdido y la esperanza de volver a habitarlo, a menudo desde el despecho o el lamento por la ingratitud, el discurso de los exiliados prodiga los tonos desgarrados y las visiones sombrías, sin desdeñar el patetismo o incluso entregándose a él sin reservas, pero hay también lucidez y nobleza y genuino amor por la libertad frente a los abusos de la tiranía. Ejercer de liberal en España, como sentenciara Larra, equivalía a ser un emigrado en potencia.

Pedro Salinas y Vicente Llorens.

El desterrado retorna

Publicada por primera vez en 1954, la obra ya clásica de Vicente Llorens, Liberales y románticos. Una emigración española en Inglaterra, 1823-1834, ha sido la base de todas las investigaciones posteriores. Como apuntan Loyola y Flores, El desterrado y su mundo era el título que manejaba el propio Llorens para otro proyecto, en este caso inacabado, de aproximación integral al fenómeno, también seguido de una antología que habría empezado con el famoso pasaje del Mío Cid que recreara Manuel Machado –"polvo, sudor y hierro"– y concluido con el tratamiento de la materia por parte de los integrantes del exilio republicano del 39. El paralelismo entre los dos éxodos ha sido muchas veces invocado, pero pocos estudiosos como Llorens –un antiguo colaborador del Centro de Estudios Históricos que llegaría a ser teniente de carabineros durante la Guerra Civil y vivió después en carne propia la experiencia de la diáspora– lo abordaron desde un conocimiento tan profundo.

Otro libro de Llorens, Literatura, Historia, Política, publicado en 1967 y recién reeditado por Athenaica, representa para Fernando Durán –autor de una excelente introducción, "El desterrado retorna", donde traza una completa semblanza del profesor valenciano– el regreso del exiliado a la vida cultural de la España del interior, donde apareció, no sin alguna fricción con los editores, buena parte de su producción académica. Los doce estudios que conforman el volumen resumen las líneas de trabajo de Llorens durante las dos décadas anteriores, entre ellos, abriendo la recopilación, un capítulo, espléndido, de la mencionada obra inconclusa. Entre ese artículo inicial, que muestra la "amargura viva" del destierro, y el último, donde el dolor se ha convertido en melancolía atenuada por la "reincorporación parcial" a un país en el que la severidad de la censura, aún vigente, ha dejado paso a una incipiente apuesta por la reconciliación, se recogen otros donde Llorens trata de Blanco White, Moratín, Jovellanos, Quintana o Larra; de la Inquisición, la aparición del término liberal o el Quijote. Los tiempos se superponen y es patente el propósito de conectar los destinos de generaciones muy alejadas, pero próximas en espíritu, que hasta cierto punto prefiguraron o reproducían vivencias similares. Los liberales del XIX y los republicanos del XX se relacionan en un entramado de "espejos retrospectivos y avatares anticipados", por decirlo con las palabras que dan título a la obra colectiva, coeditada por el mismo Durán, donde se recogen otras relecturas que vinculan los dos exilios. Llorens, escribe el prologuista, retornaba sin rencores, pero no renunció nunca a las ideas propias ni a la memoria y la dignidad de los vencidos.

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