La vocación política
'Gentes de mi tiempo', una antología de Manuel Azaña al cuidado de José Esteban, recupera la prosa de un escritor que merece atención al margen de su trayectoria como estadista.
Gentes de mi tiempo. Manuel Azaña. Edición de José Esteban. Reino de Cordelia. Madrid, 2015. 326 páginas. 20,95 euros.
Largo tiempo calumniada desde todos los frentes, la figura de Manuel Azaña fue casi definitivamente rehabilitada a finales del siglo pasado, pero su obra literaria, como dice José Esteban, sigue siendo poco conocida fuera del ámbito de los especialistas. Por este motivo, el veterano editor y estudioso -patriota republicano y azañista de toda la vida, o sea, nada que ver con la izquierda líquida de los optimistas antropológicos o los transversales emboscados- se ha propuesto recoger una selección en cuatro tomos que se inspira en la llevada a cabo por Aurora de Albornoz para popularizar la prosa de Antonio Machado. La primera de las entregas, Gentes de mi tiempo -a la que seguirán otras tituladas Entre escritores y artistas, Tierras de España y A la altura de las circunstancias- recoge evocaciones o semblanzas dedicadas a personalidades de la cultura y la sociedad que proceden en su gran mayoría de los Diarios de Azaña, verdadera cumbre del género -"habría que remontarse a Jovellanos"- más allá de su extraordinario valor como fuente documental de unos años decisivos.
La sobrecubierta, que reproduce uno de los varios retratos realizados por su admirador y correligionario el gran Bagaría -véase la espléndida serie de Caricaturas republicanas (Rey Lear) editada por el propio Esteban- en las agitadas vísperas de la guerra civil, muestra a Azaña (mayo de 1936) caracterizado como presidente de la República -"Soy tan vidente, que parezco un compromisario", decía la leyenda-, pero el tiempo y las gentes del título cubren las décadas anteriores desde la segunda del siglo. Fue entonces cuando se presentó en sociedad la llamada generación del 14, definida, señala el editor, por la vocación política que en el caso de Azaña -frente a Ortega, por lo demás igualmente confiado en el poder transformador de la cultura- apelaba a las "fuerzas populares". Su decidida apuesta por la democracia, tanto más inequívoca en unos momentos en que el desprestigio del concepto se extendía en todas las direcciones, no lo libró de cometer errores, pero vista en perspectiva su trayectoria intelectual lo convierte en una figura única y de primerísimo orden. Azaña es desde luego el estadista que más y mejor ha reflexionado sobre los problemas del país, pero también un autor muy valioso, cultivador de una prosa clara, precisa, incisiva e inusualmente franca.
Y esto, señala Esteban, también se le ha negado. Debemos a políticos ilustrados de la centuria anterior, como Cánovas o Castelar, páginas interesantes, pero no tienen la vigencia ni la ambición de las que escribió Azaña, que manifiesta en sus escritos inteligencia, perspicacia y un estilo personal, nada retórico. Esta colección de pasajes escogidos, que refleja con singular intensidad el pulso de la época, es sólo una muestra, suficiente para hacerse una idea de la calidad de un prosista que hasta cierto punto sacrificó su talento en aras de la vocación antedicha. La apuesta no salió bien y todavía hoy lastra la recepción de su obra, pero esta merece ser degustada y reconocida como la de un escritor genuino.
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