Una vocación literaria forjada en el periodismo
Literatura
La asfixiante presión y control sobre la prensa por parte de la censura franquista dirigió definitivamente sus pasos hacia la narración
La lectura a principios de los años 40 de un tratado de Derecho Mercantil, firmado por el profesor Joaquín Garrigues, despertó en Miguel Delibes su vocación por las letras y fue así el germen de una de las obras literarias más sólidas del siglo XX, que forjó durante su etapa periodística.
No fueron ni la teoría general de las sociedades mercantiles, ni las obligaciones de los comerciantes las que avivaron su pasión por las letras, sino la claridad, sencillez y concisión en la exposición de los contenidos, así como el uso de las frases justas y el empleo de los adjetivos adecuados, como reconoció con frecuencia en las innumerables entrevistas que concedió a lo largo de su vida.
En octubre de 1941, con 21 años de edad, Miguel Delibes encaminaba sus pasos hacia la docencia dentro de la Escuela de Comercio de Valladolid, de la que su padre era catedrático de Legislación Mercantil Española, al que sustituía en ocasiones y cuya cátedra llegó a ocupar cuando en 1945 la ganó por oposición. A lo largo de esos cuatro años ingresó como dibujante en el diario El Norte de Castilla (1941), trabajó durante seis meses en el negociado de valores del Banco Castellano (1942), redactó sus primeros artículos en ese rotativo (1942), obtuvo el carné de periodista en la Escuela Oficial de Madrid (1943) y se incorporó como redactor de segunda en el periódico (1944).
Al ocupar en El Norte de Castilla la plaza de un redactor separado de su trabajo por la Delegación Nacional de Prensa, Delibes relegó sus iniciales caricaturas, rótulos, viñetas de humor, pequeños artículos y monos de fútbol (pintamonas), y asentó su condición de periodista en detrimento de la docencia que entonces compaginaba. En apenas tres años, desde 1944 a 1947, su vida dio un vuelco espectacular al cambiar el derecho mercantil por el periodismo, casarse con María de los Ángeles de Castro (1946) y redactar su primera novela, La sombra del ciprés es alargada, con la que obtuvo el Premio Nadal de Literatura en 1947.
El virus literario que le inoculó el Derecho Mercantil cuajo así en el primero de sus 57 títulos publicados entre 1948 y 2005 en forma de novela, ensayo, relatos breves, libros de viaje de caza y pesca, de crónicas, artículos y diarios, con los que ganó todos los premios más importantes de las letras hispanas, desde el Nacional de Literatura (1955) hasta el Cervantes (1993).
En la vieja redacción de la Calle de Montero Calvo, pasó de caricaturista (1941) a redactor de segunda (1944), a desempeñar el cargo de subdirector (1952) y a ocupar la dirección (1958) hasta que en 1963 decide dimitir sin desvincularse por ello de El Norte de Castilla, en la actualidad decano de la prensa diaria. Durante todo ese tiempo conjugó el periodismo con la literatura, hasta el punto de dar a la imprenta más de una docena de libros, entre ellos destacados títulos como Aún es de día (1949), El camino (1950), La partida (1954), Siestas con viento sur (1957), Diario de un cazador (1955), La hoja roja (1959), Las ratas (1962) y La caza de la perdiz roja (1963).
El pulso entre la novela y la información lo ganó la primera, entre otras razones, como el mismo Delibes adujo, por la asfixiante presión y control sobre la prensa por parte de la censura franquista. "De la Delegación Nacional de Prensa llegaban a diario consignas referentes no sólo a lo que era ineludible publicar sino también a la forma en que debería hacerse y a lo que de ninguna manera debería ser publicado. De este modo, la prensa española fue convirtiéndose en el más eficaz instrumento propagandístico del nuevo Estado", escribió Delibes en su ensayo La censura de prensa en los años 40 (Ámbito Ediciones, 1985).
Antes de colmar su paciencia como periodista, Delibes camufló en sus novelas las continuas denuncias que sobre la precaria situación del campo castellano llevó a las páginas de El Norte de Castilla en forma de artículos, comentarios editoriales, reportajes y campañas informativas. Ese fue el origen de libros emblemáticos como Viejas historias de Castilla la Vieja (1964) y dos años antes de Las ratas (1962), Premio de la Crítica, donde los habitantes de un pequeño pueblo mesetario vivían sometidos al albur de la naturaleza, sin ningún tipo de asistencia o cobertura por parte de las instituciones, más preocupadas en ocultar la vergüenza de tanta pobreza que de remediar sus males materializados en miseria, hambre y pobreza de solemnidad.
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