Visión y visita del Diablo

Periférica publica la última novela de la dominicana Rita Indiana, 'Asmodeo', donde la escritora acude a la doble tradición del Siglo de Oro y "lo real maravilloso", junto al satanismo 'heavy', para retratar la dictadura de Balaguer

La escritora dominicana Rita Indiana
La escritora dominicana Rita Indiana
Manuel Gregorio González

28 de julio 2024 - 06:00

La ficha

Asmodeo. Rita Indiana. Periférica. Cáceres, 2024. 264 págs. 20 €

Asmodeo, diablo principal, constructor del templo de Jerusalén, es quien comparece en esta novela entre musical y dramática de Rita Indiana. Recordemos que Asmodeo es también quien inspira, liberado ya de su redoma, El diablo cojuelo de Vélez de Guevara. No descubro nada al lector si digo que el Asmodeo de Indiana es una adaptación de la obra de Guevara en un sentido muy preciso: aquel que permite al lector asomarse, ventajosamente, a la sociedad que el autor dispone ante nosotros. Esta ventaja, de naturaleza estructural, es la que Vélez quizá tomara de Apuleyo y la que Smollett tomará de Vélez. Esto es, la ventaja de contemplar el mundo desde una atalaya privilegiada.

En el caso de Apuleyo, era su personaje transformado en burro quien le permitía observar la vida inadvertidamente; en la novela de Vélez, será el sortilegio del Cojuelo el que abra a su protagonista, don Cleofás Leandro Pérez Zambullo, "hidalgo a cuatro vientos, caballero huracán y encrucijada de apellidos", la intimidad veraniega de Madrid, desprovista de techos, dese el pináculo de San Salvador. En la sátira de Smollet, Historia y aventuras de un átomo, es una partícula cosmopolita y decidora quien, gracias a su minúscula composición, declara la historia y las corrupciones de un archipiélago oriental, trasunto del británico. De un modo similar, en Rita Indiana, es un demonio fatigado y viajero quien transita cuerpos y testimonia diablerías atroces en el Santo Domingo de Balaguer.

La visión unívoca y espectral de Asmodeo es la misma del teatro calderoniano

No es casualidad, por otro lado, que Indiana aluda en varias ocasiones al Segismundo calderoniano, puesto que esta visión unívoca y espectral que ofrece, en apariencia, Asmodeo, es la misma del teatro barroco y la que sorprenderá la intimidad doméstica en la pintura del XVIII. No son solo estas, en todo caso, las referencias clásicas que incluye Indiana en su novela. La más obvia de todas es la versificación consonante a la que acuden, en ocasiones, sus personajes (el huésped de Asmodeo está escribiendo un drama). Y existe, en fin, una salvedad de importancia, que es aquella que libra a esta obra de ser un mero divertimento y un homenaje tropical a la literatura del Siglo de Oro. En Asmodeo no se da una clara vocación moralizante, embutida en lo humorístico; y tampoco la ordenación del mundo o del infierno que suponían tanto El Diablo Cojuelo de Vélez como Los sueños de Quevedo. A este respecto, Véase Cohn y Los demonios familiares de Europa, para recordar la naturaleza especular del Mal.

Si la escritura rauda, punzante, de carácter onírico, que utiliza Indiana en su novela pudiera vincularse a la de algún autor clásico, acaso fuera al Torres Villarroel de sus Visiones y visitas, donde comparecen, en imágenes bruscas y desordenadas, la teratología del Bosco y la oscuridad de Goya, acotados por un uso desmesurado y lúdico -más desmesurado y lúdico, quiero decir-, del conceptismo de Quevedo; un conceptismo que viene aplicado ya, contra las inclinaciones de don Francisco, a la astrología, la brujería, las diablerías y el papanatismo. Es este tipo escritura plástica, con fuerte presencia de lo sensorial (la alusión de Indiana al Maldoror de Ducasse no es gratuita), la que la autora utiliza para consignar una extraña realidad mestiza, donde diablos y humanos padecen la misma perplejidad, y donde torturadores y torurados se diluyen en un mismo y radical tormento.

El diablo, pues, no cumple aquí la función satírica y ejemplarizante que concemos en Vélez o en Bulgákov. Antes al contrario, tanto Asmodeo como los cuerpos que habita (principalmente el de un viejo rockero algo maltrecho), se hallan más cerca de la ceguera abisal de Segismundo que del orden y la claridad demoníacos, que hallamos incluso en los círculos infernales de Dante y Galileo, quien hizo, no lo olvidemos, una precisa topografía del averno. No puede olvidarse, en cualquier caso, la fabulosa tradición americana y europea que Carpentier define como "lo real maravilloso" y que Rita Indiana maneja con un humorismo carnal y acre. Es, sin embargo, el precedente calderoniano -La vida es sueño- el que Indiana parece tomar en su sentido más riguroso. En tal linaje barroco, contaminado por lo surreal, es donde Asmodeo adquirirá su condición de criatura moderna. Vale decir, equívoca, valetudinaria, doliente, enajenada, colérica.

Simpatía por el Diablo

Nadie ignora que la virtud del diablo es la seducción; y que la maldad adoptaría una acusada inclinación a la belleza cuando llegó la hora crepuscular del malditismo decimonono. El Diablo Cojuelo de Vélez fue, sin embargo, un diablo granuja, tierno y desdichado, que adquirió su cojera cuando todos los ángeles caídos, en aquella primera insurrección, cayeron sobre él. En tal sentido, cabría decir que el diablo barroco es un disciplinado mílite del Bien, puesto que alecciona al lector sobre las formas que adopta el Mal, y el modo en que se distribuye por estratos y escalas. En Bulgákov, no obstante, o en las criaturas diabólicas del Romanticismo, el mal tendrá un carácter disolvente. Carácter que no excluye, sino que magnifica, la remoción de costumbres e instituciones, antaño veneradas. No parece que la vocación del Asmodeo de Indiana sea el mal. Y tampoco su contrario. Su única vocación parece ser la mera supervivencia, saltando de un cuerpo a otro, como una forma rebajada de vampirismo. No es, en cualquier caso, una criatura temible, sino desdichada. Y parece víctima de fuerzas remotas, que lo violentan y lo zarandean como si fuera un hombre. El trasmundo del que procede Asmodeo es un trasmundo cenagoso, alucinógeno, indiferenciado.

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